Educando para la guerra

Una pandemia parecía lejana y una guerra resultaba algo impensable, pero hoy, estamos en medio de estos dos acontecimientos donde uno, no es mejor o peor que el otro, son lo que son; sucesos indeseables y capaces de mostrar lo mejor o lo peor que tenemos como humanidad, sin embargo, tiene sentido preguntarse ¿Qué pasó? ¿Cómo llegamos a esto? Y lo más importante ¿Cómo saldremos?
Desde hace décadas el motor de la vida y el bien supremo de miles de personas se volvió la acumulación. Acumular, acumular, acumular. Acumular ropa, zapatos, dinero, amigos en redes sociales (los cuales probablemente nunca vayas a conocer), y todo aquello que de acuerdo a los estándares socialmente establecidos te vuelvan una persona reconocida o valorada, todo en función de los bienes materiales evidentemente, lo cual implica competir con el otro y con uno mismo, una absurda competencia que parece que no tendrá fin, pues, no importa a que costo haya que conseguir las cosas, solo debes hacerlo ¿y los valores? ¿la ética? ¿la moral? eso no es cuantificable en el mercado de bienes y servicios, por ende, no cuenta.
En el mundo “moderno”, no importa quién eres, sino cuanto puedes comprar, el modelo de automóvil que usas, si eres sujeto de crédito, qué lugares frecuentas y qué tipo de cliente eres: premium, vip, platino, algo que te diferencié del resto ¿Tu calidad de persona? Por supuesto que no, es tu poder adquisitivo. Así es como transcurren los años de vida de varias personas preocupadas, obsesionadas o hasta agobiadas por esto, la acumulación y la competencia voraz en un mundo capitalista.
A la par que inició la pandemia se dio paso a la “guerra por las vacunas”, donde era evidente que esto generaría una mayor desigualdad, primero; entre aquellos países que estarían en posibilidad de producir una vacuna y segundo; entre quienes podrían comprarlas. El resultado lo sabemos, países que sin mayor sentido de solidaridad decidieron acaparar la compra de vacunas al grado de adquirir las dosis necesarias para vacunar tres veces a su población. Lo anterior, sin importar que una acción de esta naturaleza dejaría en una condición de total vulnerabilidad a países que desde antes de la pandemia ya se encontraban en situación de desventaja.
El saber que millones de personas perdían la vida alrededor del mundo no hizo que aquellos países que podían hacer algo más por aminorar los costos de la pandemia lo hicieran, por su parte, los hombres más ricos del mundo hicieron lo propio, es decir, no perdieron la oportunidad de ver la manera de aprovechar la crisis para incrementar sus fortunas. En el mundo de los números, las ganancias y las estadísticas, no hay lugar para sentimentalismos, y mientras algunos intentaban salvar la vida de familiares, conocidos y amigos, otros veían la forma de cómo mejorar sus ventas y ganancias con productos de temporada; oxígeno, cubre bocas, gel antibacterial, tapetes sanitizantes, y la lista que ya conocen de lo que funciona y de lo que ya podemos guardar o echar a la basura.
El 24 de febrero, nuevamente nos enfrentamos a un golpe que como humanidad debió conmocionarnos, la guerra de Rusia contra Ucrania, pero en la era de la banalidad, del primero yo, después yo, y al último yo, resulta una pérdida de tiempo detenerse a pensar en el tema. Sin embargo, si digo que el hecho me parece triste, trágico, atroz, devastador, sigo pensando que no alcanzo a describirlo. Desconcertante me parece escuchar posturas que se asumen con un país o con el otro, pero esto es una guerra, no se puede estar de un lado o de otro, en una guerra no hay buenos ni malos, hay muertos, hay vidas de personas inocentes que ha capricho de un gobierno o de una persona, actúan bajo el discurso: “en defensa de una nación”.
Como en la pandemia, alguien va a poner los muertos, o alguien va a poner más muertos, alguien que no cuenta con una economía lo suficientemente próspera para invertir en armamento y “hacer daño al enemigo” ¿Por qué de eso se trata? ¿o no? De mostrar el poderío que se tiene haciendo uso de la ciencia y la tecnología, porque aunque mucho se habla de paz (en el discurso) la verdad es que la vida se ha plagado de guerras; guerra por las vacunas, guerra por el territorio y guerra por lo que se les ocurra el día de mañana, tal vez por el agua. Tanto Rusia como Ucrania parecen lejos de México y de muchos otros países del mundo para preocuparse por el tema, como en su momento lo fue China para intentar prepararse de mejor manera para el virus Covid- 19.
Hoy, la educación para la paz no es una opción más sino una necesidad, educar para la paz es una forma de educar en valores como: justicia, democracia, solidaridad, tolerancia, convivencia, respeto y cooperación. Finalmente, “todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para competir y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”, María Montessori.