SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 4 febrero, 2021
- Columnas
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Continuando con las tradiciones religiosas esta vez voy a referirme a la Iglesia Ortodoxa Oriental. Durante mucho tiempo la Iglesia cristiana reconoció como líderes regionales a los obispos de Alejandría, Antioquía, Constantinopla, Jerusalén (todas estas regiones al oriente de Roma) y, por supuesto, Roma. Sin embargo, el obispo de Roma, heredero de San Pedro, se situaba en un status superior a los demás. Con el paso del tiempo aquellas iglesias que vivían en las regiones orientales del mundo cristiano, debido a diferencias de tipo litúrgicas, políticas o lingüísticas comenzaron a separarse, entre ellas y de la romana, para que al fin la iglesia ortodoxa oriental se separara de la católica romana en el gran cisma de 1054, es decir, a mediados del siglo XI, la relación entre las Iglesias se había desintegrado hasta llegar a un punto de no retorno. Cuando ambas partes, la oriental y la romana, estaban avanzando en unas negociaciones poco esperanzadoras, el papa León IX murió, trayendo como consecuencia una actitud muy humana: la lucha por el poder. Los líderes de la Iglesia de Occidente excomulgaron al líder de la Iglesia oriental, el patriarca Cerulario, iniciando así una separación que nunca más se pudo volver a unir.
Cuando la Iglesia oriental quedó establecida, adoptó el nombre de ortodoxa para manifestar su seguimiento estricto de las tradiciones originarias del cristianismo. Tenía una tradición oral más arraigada que la católica y dependía en menor medida del texto bíblico.
La creencia de los ortodoxos es que el hombre en su origen era bueno, pero cayó en tentación y se volvió malo, por lo que todos los hombres muertos antes del nacimiento de Jesucristo han ido al infierno. Sin embargo, cuando apareció Cristo en la Tierra encarnó lo humano y lo divino, preparando el camino para la ascensión de los hombres a los cielos. Por eso los ortodoxos creen que este hecho hizo posible que todos aquellos que habían sido condenados en el pasado fueran llevados al cielo. Además, creen que sólo Dios puede decidir quién se salva y quién no. Por lo tanto, lo mejor que se puede hacer para ganarse la gracia de Dios es seguir las tradiciones ortodoxas que se remontan a la época de Cristo.
En contraposición a los sacerdotes católicos, los sacerdotes ortodoxos pueden casarse siempre y cuando lo hagan antes de ser ordenados. De hecho, se prefiere que los sacerdotes al frente de congregaciones estén casados porque probablemente a menudo tendrán que prestar su consejo a matrimonios.
Hoy en día, la Iglesia está en cierta forma descentralizada; la Iglesia de cada nación tiene su propio patriarca y cada uno de ellos cuenta con iguales poderes; sin embargo, también existen divisiones dentro de la Iglesia ortodoxa, por ejemplo, la rusa y la griega, cada cual exhibe variantes en su liturgia y en su número de adeptos que hacen que las fronteras entre una iglesia ortodoxa y otra sea un tanto difusa.
Aunque ambas Iglesias, la católica romana y la ortodoxa, tengan una ascendencia que se puede remontar directamente hasta Cristo, a partir del año 1000 de la cristiandad la Iglesia oriental se ha diferenciado de una manera muy significativa de su la iglesia occidental con sede en Roma.
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