Lo lejano de la justicia
- Elva María Maya Marquez
- 10 julio, 2020
- Columnas
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El caso Ayotzinapa encarna uno de los ejemplos más ilustrativos de impunidad en nuestro país. La desaparición de 43 normalistas es una herida que aún no cierra para 43 familias que lo único que piden desde 2014, es que se haga justicia, justicia ante un hecho que indigna al saber que un grupo de jóvenes haya podido desaparecer de la forma en que desaparecieron y a casi 6 años de este hecho tan lamentable, las autoridades han dejado mucho que desear.
Lástima la manera en que el gobierno anterior “investigo” los hechos o, mejor dicho, maquillo los mismos. Es un caso plagado de irregularidades, de verdades ficticias donde hubo torturas, pistas sembradas y una supuesta “verdad histórica” que se fue desvaneciendo. Aquello fue un intento por quitarse el problema de encima para no esclarecer los hechos y dar a conocer lo que realmente sucedió entre la noche del 26 de septiembre y la madrugada del 27 con los estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa.
La versión presentada como oficial, establecía que una banda de narcotraficantes conocida como Guerreros Unidos los secuestró y ordenó su asesinato al creer que los jóvenes eran parte de un grupo rival, los habrían matado para después incinerar sus cuerpos en un basurero de Cocula y arrojar sus restos en bolsas de basura al río San Juan, cerca del basurero.
En esta nueva etapa, la Fiscalía solicitó la aprehensión de 46 servidores públicos a quienes se les involucra en los delitos de desaparición forzada y delincuencia organizada. Por su parte, el fiscal de la República, Alejandro Gertz Manero, que antes de esta noticia se encontraba un tanto desaparecido, dio a conocer que “Se acabó la verdad histórica” en un mensaje emitido el pasado martes 30 de junio.
La noche del 26 de septiembre no merece ser olvidada por parte de la sociedad mexicana, eran jóvenes normalistas con un futuro por delante, con historias de vida distintas, pero con una meta compartida, la de muchos jóvenes, una superación profesional y personal que lamentablemente no lograron materializar al ser privados de la vida de lo que se presume tiene que ver con actos de total crueldad.
Ni verdades a medias, ni verdades históricas, justicia es lo menos que se puede pedir. La única verdad, es que no hay verdad y la indiferencia social, la falta de empatía, la corrupción y el lamentable desempeño de las instituciones responsable de impartir justicia, en mucho han contribuido para que los delincuentes actúen con total libertad al saber que las probabilidades de que las leyes se cumplan son escasas.
Los criminales están organizados, el Estado no, la justicia tiene un precio y será de quien puede pagarla, los incentivos para delinquir son altos y lo más lamentable es cuando esta serie de atropellos viene de aquellos en los que se supone deberíamos confiar. La justicia parece muerta desde hace tiempo, pero a disposición de los grupos de poder, la disfuncionalidad en todos los órdenes es evidente y los ciudadanos lo hemos normalizado.
¿Qué pasaría si uno de esos 43 estudiantes hubiera sido un familiar nuestro? ¿Por qué esperar a enterarnos de un caso cercano para actuar? Una sociedad no puede ser vista a partir de buenos y malos, debemos reconocer nuestro papel en sociedad y pensar que los gobernantes que tenemos son los gobernantes que hemos permitido, ya que se es responsable de lo que se hace, pero también de aquello que se deja de hacer.
No necesitamos crear más leyes, necesitamos que se cumplan. En la entrada a una “nueva normalidad”, pensemos en transitar de una mejor manera dejando los vicios de un pasado que ha beneficiado a unos cuantos y ha dañado a la mayoría. Podemos aspirar a un mejor país donde la justicia deje de ser el horizonte a perseguir y se convierta en una realidad. Justicia para Ayotzinapa.