Las consecuencias electorales del COVID-19 para Estados Unidos
- José Edgar Marín Pérez
- 23 abril, 2020
- Columnas
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A inicios del pasado mes de marzo del presente año se veía lejana la posibilidad de que alguna expresión política dentro del partido demócrata pudiera hacerle frente a una eventual reelección del presidente Donald Trump, en aquel entonces la lucha encarnizada entre los precandidatos Joe Biden y Bernie Sanders, dejaba en claro la existencia de una lucha por parte del viejo establishment dentro de dicho instituto político, situación que abría la puerta de par en par para el arribo de la demoledora candidatura republicana.
No obstante, desde el mes de enero del presente año empezó a circular a través de los medios de comunicación la noticia del surgimiento de una pandemia por el virus SARS COV-19, conocido como COVID o Coronavirus, teniendo como epicentro la ciudad de Wuhan en China, nación con la que desde la llegada de la administración Trump se ha gestado una fuerte guerra comercial que ha traído consigo bloqueos económicos, a sectores industriales y comerciales por parte de ambas naciones recíprocamente. Al inicio de la pandemia, como ya es característico en el presidente norteamericano hubo una serie de comentarios malintencionados que recriminaban la actuación del mandatario asiático Xi Jingping frente a la proliferación epidémica.
Como era de esperarse, en pocas semanas los brotes encontraron en Italia uno de los países europeos con mayor arribo de turistas año con año, un nicho para la proliferación del contagio y de la extensión del virus al resto del mundo, comenzando los contagios en otros países de la Unión Europea como España, Reino Unido y Francia, por citar algunos. Esta situación aunada a la tardía reacción de los sistemas de salubridad de otras nacionales facilitaron la expansión de la pandemia a continentes como África y América, siendo este último donde se encuentran los Estado Unidos de América, país en donde al día de hoy 23 de abril de 2020 suman un total de 837,947 contagios y un total de 46,497 muertes.
Sirva esta rápida contextualización para dimensionar la magnitud de la problemática de salud en los Estados Unidos de América, situación que se ha acrecentado por el cancelación que hiciera al inicio de su mandato el presidente Trump del programa nacional de salud pública implementado por la administración Obama conocido como Obamacare, bajo el argumento de que le resultaba sumamente costoso al gobierno su manutención, otra acusación que comienza a proliferar en el colectivo imaginario norteamericano es que por el empecinamiento de la guerra comercial con China y la parafernalia electoral presidencial, se dejó en un segundo plano la posibilidad de la llegada del Coronavirus a territorio norteamericano.
En este contexto, las proyecciones políticas de la candidatura de Donald Trump han bajado estrepitosamente, sobre todo si se considera que los reflectores demócratas han estado prácticamente apagados desde el inicio de la pandemia en territorio americano, por lo que el fortalecimiento de la candidatura de Joe Biden ha crecido en territorios que en 2016 simbolizaron los bastiones políticos de la victoria republicana como son los estado de la Florida, Ohio, Pensilvania, Georgia, así como el estado de Nueva York, que si bien es cierto, en las últimas elecciones fue para los demócratas, no se puede negar la influencia de Donald Trump en este territorio, cuna de su ascenso empresarial, mediático y político.
Asimismo, uno de los hechos que más le han pegado políticamente en las últimas semanas a Donald Trump ha sido la tardía declaración de estado de emergencia nacional por su parte, el retiro del subsidio económico norteamericano hacia la Organización Mundial de la Salud (OMS), culpándola directamente de la proliferación epidémica así como de no transparentar la información pública sobre el estado real de los contagios, la adopción de medidas proteccionistas de ciertos sectores económicos estadounidenses (rescates financieros), lo que a la luz del pensamiento liberal más purista de los republicanos no ha sido bien visto por semejar medidas con tintes socialistas, argumento que fue utilizado durante su candidatura presidencial en 2016, al desacreditar el rescate que hiciera la administración Obama de la industria del acero y la industria automotriz que habían hecho que ciudades como Detroit y Pittsburg se declararan en banca rota.
Si lo anterior no fuera suficiente, basta ver las declaraciones que ha hecho los últimos días en contra de múltiples gobernadores de la Unión Americana, recriminándoles el cierre del sector público, privado y social, que han llevado a la paralización de económica no sólo de Estados Unidos, sino de muchas naciones del mundo, una actuación que se asemeja a las acciones de desobediencia civil implementadas en Brasil por el presidente Bolsonaro, en una muestra franca de querer trasladar la responsabilidad de dichas medidas a los gobernadores y con el ánimo de no perder su base electoral.
Bajo este tenor, la elección presidencial de noviembre será sin duda la prueba más fuerte que tendrá que enfrentar Trump (un hombre acostumbrado a ganar), porque a siete meses de que se efectúen sigue repartiendo culpas, para muestra está la desafortunada declaración que hizo en el sentido de que de confirmarse una acción premeditada del gobierno chino en la proliferación de la pandemia de Coronavirus, habrá consecuencias en contra de ésta. Finalmente, el “cisne negro” que ha significado esta pandemia será una importante lección para los analistas políticos, económicos y sociales, porque estaríamos frente a un hecho que podría pasarle la factura al presidente republicano como lo fue en su momento la Gran Depresión de 1929, o bien, la guerra de Vietnam que llevó al triunfo a Richard Nixon, así como las tensiones con Irán y la estanflación que llevaran al triunfo a Ronald Reagan.
Twitter: @EdgarMaPe