SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 1 agosto, 2019
- Columnas
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KENTUKIS. La tecnología nos ha arrastrado a un mundo en el que es fácil confundir la realidad real con la realidad virtual. Aunque otro concepto es qué es lo real y qué no, o tu realidad puede ser muy distinta de la mía.
Volviendo al tema que pretendo abordar en esta ocasión, acabo de terminar la lectura de una novela que me ha parecido muy buena, por su contenido, su manera de narrar la trama y sobre todo por el aspecto de interrelación entre la persona física y la persona tecnológica. Se trata de una sencilla, pero en el fondo complicada relación. Una persona compra un muñeco de peluche electrónico en cualquier tienda, lo lleva a su casa, lo pone a cargar varias horas y lo habilita a través de su computadora, con una contraseña: ya tienes tu Kentuki, un muñeco que te acompañará en tu casa. Pero, aquí viene lo interesante, en cualquier computadora del mundo otra persona compra una clave electrónica y al darla de alta se convierte en el Kentuki que tú tienes en tu casa; de esta manera tú tienes en tu casa un Kentuki, pero la persona del otro lado del mundo es el Kentuki, hace que se mueva, que te siga o que se esconda, que te vea y que te escuche, pero tú sólo lo ves moverse como a cualquier peluche del mundo. En las solapas del libro se observa “Casi siempre comienza en los hogares. Ya se registran miles de casos en Vancouver, Hong Kong, Tel Aviv, Barcelona, Oaxaca, y se está propagando rápidamente a todos los rincones del mundo. Los kentukis no son mascotas, ni fantasmas, ni robots. Son ciudadanos reales, y el problema –se dice en las noticias y se comparte en las redes– es que una persona que vive en Berlín no debería poder pasearse libremente por el living de otra que vive en Sidney, ni alguien que vive en Bangkok desayunar junto a tus hijos en tu departamento de Buenos Aires. En especial cuando esas personas que dejamos entrar a casa son completamente anónimas”.
La novela narra escenas simpáticas, otras dramáticas, algunas difíciles de comprender y otras realmente trágicas. Hay relatos que hablan por sí solos en una simple página y otros que siguen una magistral secuencia narrativa.
“Los personajes de esta novela encarnan el aspecto más real –y a la vez imprevisible– de la compleja relación que tenemos con la tecnología, reavivando la noción del exhibicionismo y exponiendo al lector a los límites del prejuicio, el cuidado de los otros, la intimidad, el deseo y las buenas intenciones. Kentukis es una novela deslumbrante que potencia su sentido mucho más allá de la atracción que genera desde sus páginas. Una idea insólita y oscura, tan sensata en sus reflejos que, una vez que se entra en ella, ya no se puede salir”.
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