Justicia: La nueva víctima de la clase política

Por: Jesús Humberto López Aguilar

El pasado primero de junio, a casi un año de unos comicios que marcaron el rumbo inmediato de la nación, el régimen cuasi totalitario que nos gobierna nos quiso hacer partícipes de una farsa electoral disfrazada de una fiesta democrática.

El llamado Proceso Electoral Extraordinario del Poder Judicial de la Federación, planeado y llevado a cabo por el Instituto Nacional Electoral, buscaba seleccionar, mediante el voto popular, a las personas encargadas de administrar justicia en nuestro país.

En un contexto ideal, esto habría supuesto que el ciudadano común, guiado por su responsabilidad cívica y compromiso social, seleccionara al candidato más capacitado para desempeñar dicho rol.

No obstante, el marco social en el que se inscribe esta dinámica revela, de forma tácita, a una población apática por el interés común, vulnerable y proclive a intercambiar su voluntad por apoyos otorgados por el ente que promueve un modelo de gobierno asistencial. Y eso fue, precisamente, lo que ocurrió en la pasada jornada electoral. Miles, quizás millones de votantes, lejos de tomar una decisión responsable por la gravedad que esta elección implica para la vida pública del país, se limitaron a tomar las “sugerencias” recibidas por parte de la nutrida red de operadores del oficialismo, el cual promovía la dispersión de ciertas variedades del, coloquialmente conocido, acordeón, con el objetivo de llenar la compleja serie de boletas con los nombres afines a los intereses de la cuarta transformación.

Como miembro activo del Instituto Nacional Electoral que tuvo la dicha de formar parte de este proceso electoral, aunque, en lo personal, no estuviera de acuerdo con la puesta en marcha de este cínico ejercicio, pude comprobar de primera mano cómo miles de boletas fueron llenadas con un patrón idéntico, particularmente, en la correspondiente a la elección de ministras y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En dicha papeleta, se detectó un sinfín de combinaciones iguales en los nueve espacios disponibles para el sufragio.

En condiciones normales y razonables, incluso si dos electores se decantaran por los mismos candidatos, el orden en el que los plasmarían en los recuadros variaría significativamente. Sería una gran casualidad que estos coincidieran. Por lo tanto, que este fenómeno no solo ocurriera en casos aislados, sino en cientos de miles, confirma que esta elección, que conllevó un gasto millonario para el erario, funcionó más como una simulación orquestada por la clase política dominante con el fin de desmantelar el contrapeso que el Poder Judicial representaba, hasta hace poco, frente a un autoritario Poder Ejecutivo y Legislativo.

Lenia Batres Guadarrama, Yasmín Esquivel Mossa y Loretta Ortiz Ahlf, son los nombres de las ministras en funciones de la SCJN cuyos votos dentro de este organismo han coincidido sistemáticamente con las opiniones y desplantes de la voz presidencial, aun cuando ello ha significado sacrificar la solidez jurídica de sus argumentos. Todo con tal de obedecer la inepta voluntad del que, en su momento, portó la banda tricolor en su pecho.

Hoy estas mujeres de dudable integridad ética y moral se perfilan como figuras clave del máximo tribunal de lo que aún se conoce como República Mexicana.

La realidad que enfrenta el ciudadano promedio, sin importar su afiliación política, se vuelve, con esto, aún más sombría. Este declive democrático alimenta la acelerada descomposición del Estado Mexicano y del tejido social que lo sostiene.

Quizá no sea ni hoy ni mañana, tal vez sí, solo los cielos los saben. Lo importante es entender que, el día en el que las mayorías populares comiencen a sentir los estragos de un sistema que no es capaz de proveerles ya ni siquiera seguridad, salud o justicia, sino lo más básico, debido a que sus dirigentes, durante décadas, prefirieron robarles a manos llenas y engañarlos con falsas promesas, en vez de cumplir cabalmente con la función para la que fueron elegidos, los destrozará, literalmente.

Que así sea, no por deseo mío, sino porque así lo dictan las leyes vigentes de la naturaleza humana.

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