¿HOY EN DIA SE NECESITAN DE LOS SACERDOTES?

13 de septiembre, 2023: Memoria de san Juan Crisóstomo

Sacerdote Daniel Valdez García

Queridos hermanos y hermanas, 

 

El domingo pasado expresé mi intención de abordar, durante esta semana, el análisis en torno a la presencia de los sacerdotes en el mundo contemporáneo. En el transcurso del lunes, realicé una disertación sobre Nigeria, donde la violencia ha segado la vida de numerosos sacerdotes; ayer, focalicé mi atención en la irracionalidad de la violencia desatada tan solo por el hecho de portar vestimenta eclesiástica o adoptar costumbres de vida consagrada. En el día de hoy, me gustaría plantear la siguiente interrogante: ¿Específicamente en el presente, existe una necesidad imperante de tener sacerdotes?

 

En la jornada de hoy, honramos a san Juan Crisóstomo, cuyo epíteto “Boca de Oro” testimonia su extraordinaria elocuencia. Este destacado miembro de la primitiva Iglesia oriental del siglo IV, es uno de los cuatro grandes y, a su vez, el único proveniente de Antioquía de Siria. Cabe mencionar que su madre fue la venerable santa Antusa. Anhelo profundamente que muchos sacerdotes sigamos el ejemplo de dedicar nuestras vidas por completo al servicio incondicional a Dios, rechazando tanto reservas como ostentaciones superfluas.

 

 

Continuamos adentrándonos en las hermosas epístolas de San Pablo, aunque mi atención se dirige especialmente hacia el fascinante fragmento del evangelio correspondiente a esta jornada y su entorno histórico:

«En aquel tiempo, mirando Jesús a sus discípulos, les dijo:

“Dichosos ustedes los pobres,

porque de ustedes es el Reino de Dios.

Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre,

porque serán saciados.

Dichosos ustedes los que lloran ahora,

porque al fin reirán.

Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.

Pero, ¡ay de ustedes, los ricos,

porque ya tienen ahora su consuelo!

¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora,

porque después tendrán hambre!

¡Ay de ustedes, los que ríen ahora,

porque llorarán de pena!

¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe,

porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”» (Lc 6, 20-26).

El pasaje que nos ocupa en esta ocasión aborda las cuatro bienaventuranzas y las cuatro lamentaciones, las cuales difieren de las nueve bienaventuranzas del evangelio según san Mateo (5, 1-12). En esta instancia, tanto las mencionadas bendiciones como las aflicciones describen una realidad ya establecida, en lugar de convocarnos a un nuevo comportamiento con el fin de obtener bendiciones y evitar aflicciones. Nos planteamos entonces, ¿por qué Dios debe otorgar bendiciones a los desposeídos y lamentar por los acaudalados?

 

En la visión de Lucas, no se idealiza la pobreza; se nos dice con claridad que debemos ser pobres y necesitados de Dios, ansiar su presencia y permitir que nuestra plenitud se vea colmada de auténtica alegría. De todos los evangelios, es el de san Lucas el que más se enfoca en la oración, en la condición de los pobres, en la alegría y en el Espíritu Santo.

 

 

Nuestro mundo vive inmerso en una dualidad abrumadora entre la desesperanza y la esperanza, mientras las desgracias se multiplican y la desolación se apodera de nosotros en ocasiones. Es en este contexto que el mensaje de las bienaventuranzas se nos revela como un bálsamo restaurador. Lucas, en su evangelio, describe cómo de Jesús emanaba una fuerza curativa que tocaba a todos (Lc 6, 9). Este alivio encuentra su camino a través de la auténtica alegría, que persiste a pesar de las persecuciones y conflictos, impulsándonos a amar, avanzar y servir.

 

A propósito, cito las palabras del Papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud: “La Virgen María se embarcó en un viaje para visitar a su prima Isabel: ‘partió y fue sin demora’ (Lc 1, 39). Nos preguntamos entonces, ¿por qué María se apresuró a ver a su prima? Claramente, se había enterado de la noticia del embarazo de Isabel, pero ella misma también estaba esperando a su propio hijo. Entonces, ¿por qué emprender este viaje sin que nadie se lo pidiera? María realiza un gesto no solicitado, no obligatorio; María va porque ama, y como decía la famosa obra de ‘La Imitación de Cristo’, ‘el que ama, vuela, corre y se regocija’. Eso es lo que el amor nos inspira” (6/08/23).”

 

 

En su misiva emitida el 18 de octubre de 2010 a los discípulos de seminarios diseminados por el orbe, el Papa Benedicto XVI desentraña que en la sociedad contemporánea, signada por la supremacía tecnológica y la amplitud globalizada, “ciertamente tiene sentido abrazar el sacerdocio: el mundo, mientras perviva, anhela sacerdotes y pastores, en el presente, en el futuro y perpetuamente” ya que el ser humano anhela a Dios y el sacerdote se erige como “el mensajero divino en medio de la humanidad”. Con miras a ello, hemos de convertirnos en los profundos siervos de Dios, los ávidos buscadores de Dios, y colmarnos de la júbilo que solo puede emerger de estar saturados de la gracia divina, emulando a la Virgen María (Lc 1, 41.44) y a los discípulos que encuentran a Jesucristo vivo, y dando fe de que se requieren hombres que vivan para Él y lo divulguen a otros (Lc 10, 21-24).

 

Un apesadumbrado sacerdote no es más que un sacerdote afligido. Un sacerdote carente de fortuna, no es más que un sacerdote indigente… En cambio, la alegría es la consecuencia del encuentro con Jesús (Lc 24, 40.52), es el fruto del Espíritu Santo (Gál 5, 22). Y se es un sacerdote jubiloso porque se sabe amado, llamado, consagrado y enviado por Dios, cargado de Espíritu, y cumple su misión porque ama, y “quien ama, despliega sus alas, corre y se regocija” (Imitación de Cristo, III, 5)

 

 

Que la Santísima Virgen María, fuente de nuestra inmenso regocijo, nos otorgue vocaciones eclesiásticas, las cuales, con la inherente gracia que emana de Jesucristo, alivien a la humanidad entera de la voracidad del hambre y la desolación.

 

Amén, amén, Santísima Trinidad.