ENCENDAMOS LA LUZ DE LA SANTIDAD
Solemnidad de todos los santos
1º. De noviembre, tiempo ordinario
Sacerdote Daniel Valdez García
Estimados hermanos y hermanas!
Me quedé preocupado por las críticas de sacerdotes a los altares de ofrendas del Día de Muertos y otros en desgastarse en descalificar el Halloween, lo cual es más mercadotecnia. Propondré hoy y mañana estas sencillas y claras reflexiones que motiven a conocer y profundizar más al respecto.
He escrito en lenguaje cercano y familiar para favorecer el conocer y profundizar estas fiestas del 1 y 2 de noviembre, que son las más populares de todo el país.
En síntesis, los primeros cristianos querían ser sepultados cerca de quienes habían muerto mártires. Luego en el siglo XI en el monasterio de Cluny en Francia se dedicaba un día especial por los fieles difuntos, luego esa tradición se difundió a toda Europa; por lo general, las RELIQUIAS de los santos se exponían, sobre todo era el cráneo y los distintos huesos del cuerpo, además de diversos objetos personales, usados por los santos mientras vivían en este mundo. Se ponían velas, flores y algunos otros adornos en altares finamente decorados para venerar la memoria de los Santos y Santas de Dios. Aún se hace en varias catedrales como la de la CDMX.
Francia, Italia, España y Portugal cobraron auge en sus altares de las reliquias de los santos; así que esta tradición católica llegó a México con los misioneros españoles en la época virreinal en los siglos XVI-XIX y que tiene un rico simbolismo. En estas latitudes si tenían nuestros ancestros algunos ritos de celebración de la vida de aquellos que habían partido, entre las leyendas está la de la hermosa flor de cempasuchitl (del náhuatl sempôalxôchitl) que por su color y aroma representa a los muertos. Los aztecas hacían cráneos de amaranto que se daban como golosinas a los niños para alegrarles en recordar a los fallecidos. Ambas tradiciones se mestizaron y dieron como resultado nuestros Altares de Muertos, cuya tradición estuvo a punto de desaparecer por lo atractivo que resultaba para los jóvenes las fiestas de disfraces del Halloween.
Iluminemos este día con la luz de la santidad. La verdad siempre es luz que guía, es una luz que no se puede ocultar. Todos los santos canonizados tienen su día para celebrarlos, hoy de manera especial celebramos a todas esas personas que han alcanzado el paraíso al que Jesús recibió al ladrón arrepentido, es decir que son santos y santas aunque no hayan sido canonizados porque no los hemos conocido pero Dios los ha admitido. Por eso la primera lectura ha dicho en san Juan en su libro del Apocalipsis: «vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas». El mismo san Juan afirma en la segunda lectura: «Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es». Y el evangelio de san Mateo nos da la clave de la santidad: Las bienaventuranzas.
Es decir, la santidad no es ningún disfraz, sino que es el cumplimiento de Dios en su plenitud que nos hará semejantes a él. Los santos siempre son el reflejo de la presencia de Dios porque son las personas que encontraron en Dios la fuerza para levantarse una y otra vez para seguir en el camino con los pies sobre la tierra, el corazón en el cielo y poder alcanzar ese Don por el que Dios nos llama a todos a la santidad, como lo dice el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 40; Gaudete et Exsultate, 10).
La santidad no se alcanza descalificando a los demás, sino siendo misericordiosos, cercanos y humildes para que Dios haga de nosotros lo que él quiera: mártires, apóstoles, maestros, testigos, pero sobre todo compasivos. Atrae más una gota de miel que cien litros de hiel. Más vale encender la luz de la santidad que maldecir las tinieblas.
¡Feliz día de Todos los Santos y mañana Día de Muertos!, porque celebramos la vida, y la vida bienaventurada al lado de Dios, la Virgen Santísima y su castísimo esposo San José.
Amén, amén, Santísima Trinidad.