DIGO YO, NO DIOS
DIGO YO, NO DIOS
Sacerdote Daniel Valdez García
INTRODUCCIÓN
Interrogándome: ¿Posee toda la Biblia la categoría de Palabra divina?, las respuestas variarán. Y no cabe duda alguna de que la Biblia proclama su carácter como Palabra inspirada por el Altísimo. Esto se percibe en la loa que Pablo dedica a Timoteo: “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3, 15-17).
Sin embargo, el mismo Pablo afirma: “A los demás expongo yo, no el Señor, que si un hermano tiene una esposa incrédula y ella consiente en convivir con él, no la abandone” (1 Corintios 7, 12).
1. Corinto fue una espléndida urbe, de herencia griega, helenística y romana, enclavada en el istmo que enlaza la Grecia continental con el Peloponeso. Abrigada por fértiles llanuras y bendecida con manantiales de agua pura, la antiquísima Corinto destacaba como un estandarte del comercio, ostentando una poderosa flota que participó con brío en múltiples contiendas entre las polis helénicas. En calidad de “reina de los dos puertos”, esta admirada ciudad atrajo la atención del emperador Nerón, quien decidió erigir un canal para fomentar el intercambio económico en el Mediterráneo y atrajo a innumerables judíos, conocidos como “helenistas”. Cabe destacar que Corinto fue testigo de las grandiosas justas olímpicas, incluso asistió el mismo Nerón. En este contexto de tolerancia religiosa se hallaba el astuto San Pablo, quien supo sacar provecho de la coyuntura.
2. El tema que se alude en la cita bíblica que da inicio a este escrito es la unión matrimonial entre los corintios cristianos y los paganos. Esto se debe a que en la época de Jesucristo no se registraron uniones entre seguidores del cristianismo y quienes no compartían su fe. Presumiblemente, estas uniones surgieron en la generación siguiente a la evangelización, como resultado del trabajo de los apóstoles y otros evangelizadores.
Precisemos en el texto aludido: “Si por ventura algún hermano tiene cónyuge no adhiriéndose a la fe, y está consiente en cohabitar con él, no la abandone”. La expresión “no adhiriéndose a la fe” implica que no sigue el camino del cristianismo, mientras que “hermano” significa “creyente cristiano”. Aquí se trata del consentimiento de mantenerse como esposa legítima. El esposo, en este caso, no debe contemplar el abandono de su consorte, sino más bien, su salvación mutua. Pablo aclara que estas son sus palabras, y no una enseñanza directa del Señor. En ocasiones, una de las partes se convierte al cristianismo, mientras que la otra no lo hace. Por tanto, Pablo exhorta a los creyentes a mantenerse unidos en matrimonio si la parte incrédula no desea la separación formal. Pablo no está expresando una opinión personal, sino más bien, subraya que carece de una cita de Cristo que respalde su argumento. Sin embargo, habla con autoridad apostólica y bajo la inspiración divina (ver 1 Corintios 7, 25; 1 Corintios 7, 40; 1 Corintios 14, 37).”
CONCLUSIÓN
Una forma de expresar que Jesús no había abordado este tema y que Dios no había otorgado una revelación previa al respecto, la cual Pablo estaba escribiendo en ese mismo instante. Al parecer, algunos seguidores de la fe cristiana sintieron la necesidad de separarse de sus cónyuges no creyentes para vivir en celibato o casarse con alguien que compartiera su fe. Este fenómeno se conoce como el PRIVILEGIO PAULINO, consagrado en los cánnones 1143 a 1147, los cuales establecen cuatro condiciones:
a) Debe haber existido un matrimonio válido previo entre dos personas no bautizadas.
b) Es posible que uno de los cónyuges se haya convertido y recibido el bautismo, ya sea en la Iglesia católica u otra Iglesia.
c) La separación física o moral del cónyuge no bautizado ocurre. Se considera que la parte no bautizada se separa si no desea vivir en unión con la parte bautizada, o si no desea vivir en conjunto sin ofender al Creador, a menos que, después de recibir el bautismo, se le haya dado una razón justa para separarse.
d) Se hace un cuestionamiento directo a la parte no bautizada. Para que sea válido, se requiere que la parte no bautizada sea interrogada sobre los siguientes puntos: si desea recibir el bautismo y si al menos desea vivir pacíficamente junto a la parte bautizada, sin ofender al Creador. Una respuesta negativa a estas preguntas confirma la “separación” de la parte no bautizada y confiere validez al segundo matrimonio.
Sin embargo, se debe observar que el apóstol nunca escribió que “el cristiano es libre para divorciarse y contraer nuevas nupcias”.
En nuestros días, presenciamos cómo nuestro mundo se aleja cada vez más de sus raíces cristianas, algunos lo llaman secularización, pero de hecho, se asemeja más a un retorno a prácticas paganas. Y, en medio de este panorama, el PRIVILEGIO PAULINO continúa ejerciendo su influencia incólume.