Militares hasta en la sopa

La inseguridad es uno de los grandes males de nuestro tiempo, bueno, en realidad es un tema que se viene arrastrando desde hace décadas y se ha convertido en una enorme bola de nieve que nos está aplastando, pues el problema no se soluciona y únicamente se hereda por administraciones locales, estatales y federales.
Derivado de los altos índices de inseguridad pero también de violencia, se ha recurrido al uso de los militares en las calles, lo cual ha generado una oleada de comentarios a favor y en contra, lo cual es sano, pues los ciudadanos tenemos derecho a opinar y debemos formar parte de la vida pública y estar al tanto de las decisiones que repercuten en nuestra vida cotidiana, el único “detalle” es que gran parte de estos comentarios u opiniones vienen del desconocimiento y la desinformación, o bien, del rechazo hacia el actual gobierno, lo que impide reflexionar sobre el tema y mirar por el retrovisor para darnos cuenta como es que llegamos hasta este punto.
Ahora, comencemos por el principio; para dimensionar que implica que los militares estén en las calles involucrados en actividades más allá de las funciones que tienen asignadas constitucionalmente, es necesario hacer una precisión en cuanto a los términos con el propósito de intentar dilucidar las dudas sobre el tema, ¿” Militarización” o “Militarismo” ?, ¿Qué significa?
De acuerdo con Daira Arana, directora general de GlobalThough, organización de asuntos internacionales que tiene el objetivo de contribuir al análisis y entendimiento de la realidad internacional, la militarización es un proceso mediante el cual, diversos ámbitos de las funciones del Estado adquieren lógicas militares, observando los problemas desde una perspectiva de amenaza o enemigo, trasladando las prácticas usadas en guerra a la solución de estos. Es una cuestión que tiene que ver con formas de actuación donde se privilegia lo militar para atender problemas públicos con una idea combativa.
Por otro lado, el militarismo tiene que ver con la dimensión política de las relaciones cívico- militares en los gobiernos, y en qué medida los militares o instituciones militares pueden llegar a predominar ante las instituciones civiles. Militarización es el cómo se hacen las cosas, y militarismo es quien está sobre quien en la toma de decisiones de la vida pública.
Por lo anterior, podemos decir que militarización en el sentido de atender problemas como si fueran algo que tiene que ser combatido, ha existido en la historia moderna desde el gobierno de Ernesto Zedillo hasta el de López Obrador, pues el discurso es el mismo, la actuación militar será “temporal”, y el argumento oficial que atraviesa los diferentes sexenios es que habrá fortalecimiento de las instituciones civiles, particularmente de las instituciones policiales, cosa que no ha sucedido en la inmensa mayoría del país.
Lo que hemos visto en México en los últimos años, ha sido una militarización de manera acelerada, particularmente desde el 2006 cuando se inician los primeros operativos conjuntos dictados por el presidente Felipe Calderón en contra de grupos criminales a los que denomina cárteles del narcotráfico, esto, sin que hubiera indicios en sus propuestas de campaña. Calderón decide de manera unilateral lanzar estos primeros operativos donde suma al ejército, a la policía federal, a las policías estatales y municipales para “atacar” directamente a los grupos criminales, a partir de ese momento se incrementó este proceso de militarización.
En este contexto, contamos con evidencia real sobre una serie de abusos por parte de las fuerzas militares con Zedillo, Fox, que decir de Calderón, y también Peña Nieto, así que no entiendo porque muchos se declaran al borde del colapso como si el problema fuera nuevo, ¿Dónde estaban antes de 2018 que no protestaron sobre las atrocidades que estuvieron llevando a cabo los militares?, ¿Por qué no les “nació” ese espíritu crítico que demuestran con sus círculos más cercanos o en redes sociales?
Hoy que el presidente López Obrador decide cambiarles el uniforme y nombrarlos como “Guardia Nacional”, no hay garantía de una transformación interna que de certeza de que no habrá abusos de autoridad, uso excesivo de la fuerza, actos de tortura y desapariciones forzadas, si ha existido antes, ¿Por qué no habría de suceder?, pues la mayor parte de los militares de antes, son la Guardia Nacional de ahora.
En ningún sentido la solución es otorgar facultades a las fuerzas militares en aspectos que deben ser parte de las funciones de los organismos civiles, de manera concreta la seguridad pública, pues es obligación de los Estados proteger a las personas en su jurisdicción y salvaguardar sus derechos de manera integral, teniendo claro que la prevención del delito y la protección primaria de la ciudadanía frente a la delincuencia, es una función civil que recae en una policía debidamente capacitada, equipada, entrenada y con una formación con perspectiva en derechos humanos.
La constitución es clara al señalar que el ejército tiene una función de seguridad de fronteras, y la seguridad interior corresponde a una policía civil donde en determinado momento el ejército puede brindar apoyo en “casos excepcionales”, pero pensemos en todas las actividades en las que al día de hoy se encuentran los militares, pues se han convertido en la columna vertebral de la 4T al ser quienes construyen aeropuertos, las sucursales del banco del bienestar, contienen migrantes, “combaten” al crimen organizado y ahora también desorganizado, hacen labor social, custodian insumos médicos y desde el pasado 12 de enero, resguardan el metro de la Ciudad de México sin olvidar cumplir con todas las obligaciones propias de las actividades militares.
El innumerable listado de atribuciones a las fuerzas armadas refleja que no existe una estrategia de seguridad, y la Guardia Nacional es un ente mediante el cual se buscan justificar muchas cosas ancladas al tema de la aprobación por parte de la población, pero, sin verse reflejado en la seguridad de los mexicanos. La actuación de la Guardia Nacional se da bajo un clima de total discrecionalidad, atravesado por una falta de transparencia y rendición de cuentas, lo cual en sí mismo ya representa un serio problema. La intromisión del ejército ha sido cada vez más notoria y desde el sexenio de Peña Nieto, el proteger al ejército fue una constante en un tema central como el de Ayotzinapa.
Hace falta ser más críticos y menos pasionales para entender que seguimos igual que en sexenios anteriores; sin una estrategia efectiva en materia de seguridad, y un error de los diferentes gobiernos ha sido concebir a la seguridad como el uso de la fuerza. Las violencias (en plural) que se generan en el país no tienen que ver únicamente con los grupos del narcotráfico y del crimen organizado, son problemáticas cotidianas relacionadas con el robo en el transporte público, robo a transeúnte, robo de automóviles, violencia de género, extorsión, cobro de piso, control de mercados como el del “pollo”, y estos no son temas de los militares sino de las policías locales.
Militarizar la seguridad no es la respuesta, poner militares en todos lados brinda una falsa sensación de seguridad y se convierte en una forma de simular que se hace algo, pero el problema sigue. No necesitamos ver militares hasta en la sopa, lo que se requiere es que los gobiernos cumplan sus promesas de campaña y garanticen la seguridad de los ciudadanos y no la dejen en manos de los militares una vez que llegan al poder y no saben cómo resolver el problema. La militarización y el militarismo no brindan seguridad, justicia y paz. La militarización y el militarismo no es la solución que este país necesita.