El agua.

Otra vez voy a referirme a esa maravillosa sustancia, pero solamente me referiré a algunas características inherentes a su constitución, las cuales resultan de todas maneras fascinante: como sustancia, el agua es inodora, incolora e insípida. Sin embargo, desempeña un papel de suma importancia en los asuntos del planeta, porque lo insulso de sus propiedades suele engañar a muchos. Como sustancia química, es única: es un compuesto de gran estabilidad, solvente notable y poderosa fuente de energía química. Toma algo de casi todas las sustancias orgánicas, pero es poderosamente atraída por casi todos los materiales inorgánicos, incluso ella misma. De hecho, sus moléculas se adhieren unas a otras con más tenacidad que la de ciertos metales. Cuando la congelación la convierte en sólido (hielo), se dilata en vez de contraerse, como ocurre con casi todas las demás sustancias existentes en el planeta, pero además esta agua sólida, es más ligera y flota en el agua líquida que resulta más pesada, lo cual ofrece las más sorprendentes consecuencias. El agua es capaz de absorber e irradiar más calor que la mayoría de las sustancias comunes. En lo que respecta a muchas de las propiedades físicas y químicas -como las temperaturas a que hierve y se congela-, el agua es una rareza, la excepción de la regla.
¿Por qué rareza? Si el agua, que es la sustancia más común en la Tierra, empezara a comportarse como debiera, según su constitución molecular, la vida quedaría sometida a una serie de desastres. La sangre herviría en el cuerpo, plantas y árboles se secarían y morirían, y el mundo se convertiría en un árido desierto. Pero las moléculas del agua están unidas en formas distintas de las de cualquier otro compuesto; por esta razón tienen propiedades que son singulares y paradójicas. Por ejemplo, el agua es una de las poquísimas sustancias que son más pesadas como líquidos que como sólidos. Líquida puede subir cuesta arriba a pesar de la fuerza de gravedad. Es tan benigna que en ella pueden crecer infinitas formas de vida, y tan corrosiva que, con suficiente tiempo, desintegrará al metal más duro. Aunque parece cambiar de forma con sorprendente facilidad, existiendo a veces en sus formas sólida, líquida y gaseosa en el mismo río o en el mismo lago, en realidad tiene que liberar extraordinarias cantidades de energía para producir estas transformaciones. La energía que necesita para fundir un pequeño iceberg bastaría para que un barco de gran calado cruzara el océano Atlántico cien veces.
Es tal la afinidad entre el hidrógeno y el oxígeno, que el más ligero empujón basta para que se unan formando agua, emitiendo una gran cantidad de energía. De hecho, existe un acontecimiento histórico relacionado con lo que se acaba de mencionar: en 1937 el dirigible “Hindenburg” explotó sobre Lakehurst, estado de Nueva Jersey, en Estados Unidos, cuando el hidrógeno con el que estaba inflado, incendiado por una chispa, se mezcló con el oxígeno de la atmósfera; en medio de la energía liberada por la explosión, se produjo agua.
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