La meritocracia es un ideal, no una realidad

Por: Alejandro Téllez

Esta semana se suscitó una gran controversia en redes sociales a partir de un tuit de Pablo Majluf en el que se pronunció en defensa del sistema meritocrático y sus resultados. En tuits posteriores, Majluf compartió que para él todas las personas tienen diferentes adversidades, pues ninguna vida es fácil: “No. Creo que todas las personas tienen diferentes adversidades. Ninguna vida es fácil. Dejemos de ver a las niñas indígenas como pobrecitas desde arriba, con esa conmiseración tan lastimera.”
A mi entender, esta postura parte de una premisa errónea y simplista: que la multiplicidad de adversidades que se presenta en el punto inicial de la carrera meritocrática puede analizarse como un conjunto de variables homogéneas, o al menos de similar grado y profundidad.
Pablo confunde el descontento y enojo que produce la negación de estas desventajas estructurales, con una crítica al ideal meritocrático en sí mismo. La comprensión, aceptación e implementación de un sistema meritocrático solo puede ser posible bajo el establecimiento de un postulado previo: la igualdad de oportunidades. Como bien señala Michael Sandel en su último libro “La tiranía del mérito”, cuando la gente se queja de la meritocracia, la queja no suele ser sobre el ideal sino sobre nuestro fracaso en cumplirlo.
La postura que se defiende en los citados tuits podría incluso llevarnos a concluir que las dificultades que atraviesa una niña o niño de escasos recursos, en una comunidad alejada y desprovista de servicios básicos, no representa una diferencia sustancial en la carrera meritocrática, en comparación con una niña o niño de clase media, de una ciudad metropolitana con acceso irrestricto a estos derechos fundamentales.
Este planteamiento debe entenderse dentro de un debate que lleva ya muchísimo tiempo y del cual se han ocupado grandes autoras y autores. Por ejemplo, John Rawls se preguntaba por la situación inicial hipotética en la cual las personas tendrían que identificar ciertos principios básicos (o principios de justicia) que guían los acuerdos que tomamos como sociedad.
En ese escenario hipotético, Rawls imaginó un “velo de la ignorancia”, conforme al cual los agentes involucrados en esta negociación desconocerían algunas de sus determinadas características individuales. Esto les permitiría tomar una postura neutra en la toma de acuerdos y no privilegiar a alguno de los grupos específicos a los que pertenecieran (sexo, talentos, posición económica, etc.). Este ejercicio de Rawls nos permite identificar la preocupación filosófica por la existencia de normas o acuerdos que generen desigualad de oportunidades en una situación inicial.
Dejando a un lado este ejercicio hipotético, parecería ingenuo pasar por alto que en la realidad existen barreras y obstáculos que colocan a determinadas personas en una mejor posición inicial dentro de esta carrera de oportunidades. Identificar que algunas de nuestras características como raza, genero, situación económica, nacionalidad, lenguaje, acceso a bienes básicos, etc., nos han otorgado ventajas a lo largo del tiempo, es indispensable para cualquier análisis sociológico, político, jurídico o económico. Pasar por alto los privilegios que conllevan estas distinciones solo puede tener como consecuencia la perpetuación de las desventajas sistemáticas que se han sufrido en todo el mundo a lo largo del tiempo.
El discurso que defiende el funcionamiento y los resultados de la meritocracia actual, valida los argumentos de aquellos que consideran que los pobres están en esas condiciones porque sus decisiones los han llevado a ese escenario; que son completamente responsables de ello. Este discurso convalida también la idea que tiene un sector de la población más rica que cree que su posición se debe exclusivamente a méritos propios y que ello los hace mejores que los menos aventajados. Estas convalidaciones, que parten de un diagnóstico erróneo, tienen consecuencias catastróficas en los lazos que nos unen como colectivo, y en la estima o valía social de la mayoría de la población.
Existe una multiplicidad de factores, de distinto grado y profundidad, que determinan las posibilidades a las que tendremos a lo largo de nuestra vida. La identificación de estas desigualdades no hace menos al que las reconoce, sino que lo hace consciente del panorama general y lo compromete con su entorno. Preguntarnos si estamos haciendo suficiente desde nuestra posición de privilegio para que un mayor porcentaje de la población tenga acceso a las mismas oportunidades es la única forma de reconciliarnos socialmente.