El regreso a clases ¿necesidad o necedad?

Estamos por cumplir casi un año y cinco meses de mantener las escuelas cerradas, momento de tomar una decisión y colocar en la balanza lo que implica el retomar las clases de manera presencial, híbrida o bien, seguir como hasta ahora, sin dejar de lado la declaración que encendió los ánimos; “llueva, truene o relampaguee” se abrirán las escuelas.
Más allá de tomar una postura a favor o en contra, hoy, más que nunca, se debe hacer uso de la capacidad de raciocinio. Regresar a clases presenciales sí, pero, bajo contextos regionales, bien planeados, de forma progresiva y cuidadosa, tomando en cuenta las evidencias científicas acerca de las medidas a considerar de acuerdo a la edad y zona geográfica.
Primero, situarse en el nivel en que se encuentra la pandemia a partir del semáforo epidemiológico y aun con eso, se debe considerar que existen Estados en semáforo rojo, pero, con algunas zonas en verde, por lo cual resulta irresponsable pensar que de manera inapelable todos regresan a clases en una fecha determinada.
Segundo, considerar el tema de la infraestructura, no es posible regresar a clases donde el suministro de agua no está garantizado y por la propia distribución de los espacios no se puede guardar la sana distancia. Las clases al aire libre en algunos casos implica exponer a los estudiantes a un calor extremo, o bien, a un clima con temperaturas muy bajas, por ello, es indispensable garantizar lo mínimo, ya ni siquiera lo necesario, ya que los riesgos con o sin pandemia siempre estarán latentes, pero, en un escenario como este, no se puede tomar a la ligera.
Y tercero, recordemos que, en el caso de México, el cierre de las escuelas no se dio por contagios, sino para reducir la movilidad. En este sentido, lo que se debe pensar es en cómo llegan los niños y adolescentes a la escuela, así como hay quien llega caminando, hay quienes tendrán la fortuna de que los vayan a dejar en automóvil particular y otros tantos, quizá la gran mayoría, lo haga en transporte público donde evidentemente el riesgo de contagio aumenta y modifica el esquema de protección entre unos y otros.
Se puede pensar que a partir del 30 de agosto se dé inicio a las clases presenciales, y de solicitar una carta responsiva que indique que las y los estudiantes no han estado con síntomas de COVID- 19, o expuestos a un posible contagio, lo justo sería que las escuelas cuenten con una especie de certificado de “escuela segura” que intente brindar mayor certeza al contar con las medidas acordadas con base en las necesidades de la escuela, ya que no es lo mismo una escuela en la zona rural de Oaxaca, que una escuela en la Ciudad de México o en el Estado de México.
Ninguna escuela puede asegurar que no habrá contagio, pero se puede reducir el riesgo del mismo, esto implica un gran desafío, ser congruentes y honestos, ya que no se puede rechazar categóricamente el regreso a las aulas, pero, exponer a niños a y adolescentes a reuniones de más de diez personas, ir a tiendas departamentales y centros comerciales.
La respuesta para abrir las escuelas puede ser sí, pero no “de golpe”, y no, cuando no existan las condiciones, pero se deja la puerta abierta para un regreso paulatino. Es imposible decir qué se debe hacer en cada caso, pero una vez identificados los lugares donde se pueden retomar las clases, es necesario hacerlo y dejar de pensar que esta decisión se toma detrás de un escritorio de la SEP, para todo el país y de la misma forma.
Esto no será sencillo, hay que enfrentarnos a nuestros propios miedos y perderle el miedo al otro que se ha convertido en un agente de contagio y de desconfianza. Sin alarmismos, sin excesos y tratando de ver la realidad y las circunstancias, volvamos a las aulas reconociendo que esto, es una necesidad y no una necedad.