
La normalización de la guerra
- Elva María Maya Marquez
- 24 junio, 2025
- Columnas
- 0 Comments
Mientras leen estas líneas, cientos de personas están muriendo en alguna parte del mundo víctimas de una guerra. mujeres, hombres, adultos mayores, jóvenes, niños, incluso bebés, todos tienen la misma probabilidad de morir en una zona en conflicto. Y en un mundo donde la guerra se ha convertido en una realidad persistente, es fundamental luchar contra la indiferencia, porque aun cuando los conflictos armados parecen lejanos, la distancia física no debería traducirse en una desconexión emocional.
En ocasiones, la prolongación de los conflictos desemboca en la disminución del interés por parte de la sociedad. Al principio parece alarmante, genera miedo y angustia, pero con el paso de los días, de las semanas, de los meses y de los años, los medios de comunicación dejan de informar, la noticia deja de ocupar las primeras planas y todo transcurre como si nada estuviera pasando.
Asimismo, se debe tener presente que, después de un bombardeo constante de imágenes y relatos de guerra, la mente de las personas se comienza a acostumbrar, y hay quien, por decisión personal, va optando por alejarse de esa realidad. No es que no le importe lo que está sucediendo, simplemente no es agradable estar diariamente frente a las imágenes del dolor y el sufrimiento.
¿Es una cuestión de empatía? La respuesta es sí. Normalmente se muestra mayor interés por aquello que se siente más cerca, por aquellos que comparten una cultura más próxima a la nuestra. En consecuencia, los conflictos que suceden en territorios alejados parecen no concientizar lo suficiente.
De igual manera, en el contexto mexicano, existe una sobreexposición a información negativa. Todos los días se observan diferentes tipos de violencia en las noticias, en las películas, en las series, en los videojuegos, en la escuela y en el propio contexto familiar. Esto hace que las agresiones se conviertan en algo cotidiano y hasta banal.
Vivir en un mundo en guerra, hace recordar la fragilidad de la paz, donde la historia ha demostrado que los conflictos pueden surgir de tensiones acumuladas. Por lo tanto, fomentar el diálogo, la comprensión y la cooperación se vuelve esencial. Pero cuando los intereses económicos, políticos y personales, están por encima del bienestar general, no importa cuantas vidas se pierdan y el daño que se pueda causar.
Aun así, la principal consecuencia de la guerra, son los graves estragos que producen, que son imborrables para los millones de personas que han tenido que vivir episodios llenos de violencia, muerte, hambre, daños físicos y psicológicos. Una guerra afecta a todos los ámbitos de la sociedad. De hecho, es una violación flagrante de los Derechos Humanos (Acción contra el hambre, 2022).
Para los que no hemos vivido una situación así, es difícil, casi imposible, imaginar el despertar con el sonido de las bombas, caminar entre escombros, ver a personas muertas en las calles, sin alguna extremidad, y saber que se ha perdido todo, incluso las ganas de vivir.
Cuando los conflictos se presentan como inevitables, se crea una narrativa que justifica la violencia y deslegitima otras vías de resolución. Esta mentalidad, arraigada en el miedo y el egoísmo, alimenta un ciclo vicioso donde las generaciones venideras crecen con la percepción de que la guerra es una parte integral de la vida (Deossa, 2025).
La guerra no debe ser vista como un estado habitual. Su impacto jamás se debe minimizar y menos normalizar. Rubén Darío escribió: “La guerra es un monstruo feroz, que todo lo destruye sin piedad, arrasa ciudades, mata a la voz, y deja un rastro de dolor y soledad. La indiferencia de otros países es un golpe cruel al corazón, cuando el mundo se hace sordo a los gritos, y no hay nadie que tienda la mano. Las consecuencias son nefastas, se pierde la vida, el amor y la paz, y los que sobreviven quedan marcados por el dolor, la tristeza y el desaliento”.
El mundo nunca será mejor después de una guerra. Es obsceno gastar millones y millones en mantener un conflicto, en lugar de invertirlos en preservar la vida. En una guerra no existen ganancias, todo se convierte en una pérdida. No a la normalización de la guerra.