SIN TON NI SON

Francisco Javier Escamilla Hernández

Un amigo que es doctor me dijo muy indignado que cuando cura a un enfermo o salva una vida, los familiares o el mismo paciente le dan gracias a Dios y no le dan las gracias a él que fue quien hizo el trabajo. Por otro lado, otro amigo me dijo hace poco “pues deje mi ciudad, que tanto quiero, porque así lo quiso el destino.

En muchas ocasiones el ser humano en vez de aceptar sus propias decisiones echa la culpa a Dios o al destino. Eso es lo más fácil, yo creo que deberíamos ser más conscientes de que nuestra vida se va forjando con base en las decisiones que vamos tomando en todo momento.

Sin embargo, desde tiempos antiguos, el ser humano ha intentado descifrar el equilibrio entre su capacidad de elegir y las fuerzas que parecen regir su destino. La confrontación entre la decisión personal y el destino ha sido tema recurrente en la filosofía, la literatura y la religión, dando lugar a una profunda reflexión sobre el libre albedrío y la inevitabilidad. Aquí voy a explorar cómo estas dos fuerzas coexisten, se enfrentan y, en ocasiones, se complementan.

El destino es entendido, en muchas tradiciones, como una fuerza inevitable que determina el curso de los acontecimientos en la vida de las personas. Según esta perspectiva, los hechos están predestinados, y el ser humano simplemente transita por un camino ya trazado. Las tragedias griegas son un claro ejemplo de esta visión: Edipo, por ejemplo, intenta escapar de su destino, pero cada una de sus decisiones, paradójicamente, lo conduce a cumplirlo. Esto sugiere una visión fatalista donde la voluntad humana parece irrelevante frente a los designios del destino.

Pero, la decisión personal se levanta como una fuerza contraria, incluso rebelde, frente a esta visión determinista. La capacidad de elegir otorga al ser humano la posibilidad de moldear su vida, de construir su futuro con base en valores, aspiraciones y esfuerzo. La filosofía existencialista, con pensadores como Jean-Paul Sartre, enfatiza que el ser humano está condenado a ser libre, es decir, tiene la responsabilidad de sus decisiones, sin la excusa del destino o de fuerzas externas.

La confrontación entre ambos conceptos no siempre implica una contradicción. En muchos casos, se entrelazan en una danza compleja. Algunas corrientes creen que el destino establece ciertas circunstancias inevitables, pero es la decisión personal la que define cómo se enfrentan. Así, el destino marcaría el punto de partida o el contexto, mientras que la voluntad humana determina el recorrido. Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, afirmaba que, aunque no se puede cambiar lo que nos sucede, sí se puede elegir la actitud con la que se enfrenta.

Así pues, confrontación entre la decisión personal y el destino no debe entenderse necesariamente como un conflicto insoluble. Más bien, puede verse como un diálogo constante entre lo que nos es dado y lo que somos capaces de construir. Reconocer el peso de ambas dimensiones en nuestra vida permite una visión más rica y madura de la existencia, en la que, aún en medio de lo inevitable, siempre existe un espacio para la libertad y la transformación.

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