
SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 26 marzo, 2025
- Columnas
- 0 Comments
Francisco Javier Escamilla Hernández
Una vez más me surgió la pregunta si el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe o ya es malvado por naturaleza. Quiero compartir algunas reflexiones.
Desde tiempos inmemoriales, filósofos, teólogos y científicos han debatido sobre la naturaleza del ser humano y si su esencia es inherentemente buena o mala. Esta cuestión ha sido abordada desde múltiples perspectivas, generando argumentos a favor de ambas posturas. Mientras que algunos sostienen que el ser humano nace con una inclinación hacia la bondad y la cooperación, otros argumentan que está predispuesto al egoísmo y la agresión. En última instancia, la respuesta a esta pregunta puede depender de factores biológicos, sociales y culturales.
El filósofo Jean-Jacques Rousseau defendía la idea de que el ser humano es naturalmente bueno y que es la sociedad la que lo corrompe. Según su visión, en estado de naturaleza, el hombre vive en armonía con su entorno y con los demás, pero al entrar en contacto con la civilización, surgen la desigualdad, la ambición y la avaricia. Esta perspectiva sugiere que los valores negativos del ser humano no son innatos, sino adquiridos a través de la interacción con estructuras sociales que fomentan la competencia y la codicia.
Por otro lado, Thomas Hobbes tenía una visión opuesta. En su obra Leviatán, describe la vida en estado de naturaleza como “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Según Hobbes, sin un orden social impuesto por un gobierno fuerte, el ser humano tiende a actuar de manera egoísta y violenta para garantizar su supervivencia. Para él, la maldad no es una anomalía, sino una característica fundamental del ser humano que solo puede ser controlada mediante normas y leyes estrictas.
Desde una perspectiva científica, la psicología evolutiva ofrece una visión más equilibrada. Investigaciones han demostrado que los seres humanos tienen tendencias tanto altruistas como agresivas, y que estas se manifiestan dependiendo del contexto y las circunstancias. Por ejemplo, estudios con bebés han mostrado que desde una edad temprana pueden demostrar empatía y comportamientos prosociales, lo que sugiere que la bondad está presente desde el nacimiento. Sin embargo, también existen impulsos instintivos relacionados con la autopreservación y la competencia, que pueden dar lugar a conductas egoístas o agresivas.
Además, el entorno en el que una persona crece y se desarrolla juega un papel crucial en la manifestación de estos comportamientos. Factores como la educación, la cultura, la estructura social y las experiencias personales pueden influir en si un individuo actúa con bondad o con maldad. Las sociedades que fomentan valores de cooperación y solidaridad tienden a producir individuos más inclinados a la ayuda mutua, mientras que aquellos criados en entornos violentos pueden desarrollar una visión más hostil del mundo.
El debate sobre si el hombre es bueno o malo por naturaleza sigue abierto y sin una respuesta definitiva. La evidencia sugiere que los seres humanos tienen el potencial tanto para la bondad como para la maldad, y que sus acciones dependen de una compleja interacción entre su biología y su entorno. Más que encasillar a la humanidad en una de estas dos categorías, es fundamental comprender que nuestras decisiones y valores pueden ser moldeados y orientados hacia la cooperación y el bienestar colectivo.
Comentarios: [email protected]