Los injustos procesos de selección de las empresas

Por: Jesús Humberto López Aguilar

En México y todo el mundo, las empresas privadas son la principal fuente de ingresos para la población económicamente activa.

Sin embargo, con el correr de los años, la mayoría de los sueldos que ofrecen no son suficientes para mantener un estilo de vida cómodo para el propio colaborador, y ya ni digamos, para una familia de dos o más miembros. En contraste con esta realidad, el número de jóvenes que se preparan en las universidades, con el ferviente anhelo de ser el candidato electo para una de las miles de vacantes publicadas en las páginas de empleo, va en aumento.

Con título en mano, se sumergen en la búsqueda del tan ansiado cargo. Si tienen suerte, son inducidos a participar en el concurso, ya que la competencia por la, en apariencia, jugosa oportunidad, es voraz.

Para las pequeñas y medianas empresas, estos consisten en una entrevista presencial, además de una prueba que mide alguna de las aptitudes requeridas en el interesado para el buen desempeño de la labor. Sin obviar, por supuesto, que su preparación académica converja con el giro de sus actividades diarias o que posea experiencia en un puesto en el que haya tenido responsabilidades similares (si es que el empleador lo requiere).

En cambio, cuando el aspirante desea entrar a una compañía bien consolidada a nivel nacional o internacional, se enfrenta a un procedimiento más complejo. Toda una serie de pasos que, en al menos un servidor, hace sonar las alarmas. Antes de que el reclutador siquiera se dé el tiempo para conocer personalmente al pretendiente, formando con ello un mejor criterio de su personalidad, de su motivación por el trabajo o de su perspicacia, este es descartado o no por un sistema de toma de decisiones artificial cuya resolución tiene como base preguntas y parámetros que van desde lo lógico hasta lo arbitrario. Programas desarrollados por organizaciones supuestamente expertas en reclutamiento que eliminan a individuos con un gran potencial por la rigidez de sus procesos, privilegiando características cualitativas o inherentes a la forma de ser de la persona, antes que su capacidad. Sin tener en cuenta que, muchas veces, esta misma capacidad puede ser desarrollada durante la ejecución de las actividades, haciendo que el dependiente cumpla con los objetivos de la empresa de manera satisfactoria. Si el colaborador realmente tiene el deseo sincero de aprender, es casi seguro que este último escenario se cumpla. Entonces, ¿porqué tanta marginación?

El empleado ideal no existe, por tanto, querer encontrarlo a través de la implementación de un sinfín de filtros que descarten o permitan avanzar al postulante a partir de su compatibilidad con este arquetipo, es infructuoso. La persona que resulte ganadora es tan susceptible como cualquier a otra a no tener éxito en la posición. Todo depende de una gran variedad de factores, los cuales no son cuantificables.

La tecnología ha puesto a disposición de los diferentes agentes económicos una multitud de herramientas que facilitan sus quehaceres. No obstante, como es bien sabido, ha deshumanizado jerarquías, técnicas y relaciones, frivolizando la existencia del hombre.

Ignorando temporalmente los riesgos que esto implica para la salud mental, no solo de un sujeto, sino de la sociedad entera, es posible afirmar con total certeza que vivimos bajo la ley del más fuerte, en donde aquellos que sepan “burlar” de mejor forma los procesos de reclutamiento, serán los que se aseguren los empleos con mayor frecuencia. Otros tantos, con las mismas probabilidades de éxito que los anteriores, nunca recibirán una oportunidad debido a su incompatibilidad con los mecanismos de selección de candidatos, y, por ende, jamás demostrarán su valía.

Todos los tipos de empresas, tanto grandes, medianas y pequeñas, se han dejado llevar por el espejismo de la perfección.

Una firma verdaderamente responsable, e inteligente, será aquella que brinde, por igual, oportunidades a los que menos y más posibilidades tengan de sobresalir en sus distintos cargos, en lugar de gastar cientos de miles de pesos en encontrar al candidato perfecto en procesos intrincados y superficiales.

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