
SANAR HERIDAS DURANTE LA CUARESMA
- Daniel Valdez García
- 21 marzo, 2025
- Columnas
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Viernes II de Cuaresma
Sacerdote Daniel Valdez García
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
La envidia es una forma desviada de admiración que nos lleva a desear lo ajeno, al punto de querer que el otro pierda lo que posee. Según los antiguos, la envidia se origina en la concupiscencia de los ojos.
El relato sobre los hermanos de José, conocido como “el soñador” (Génesis 37:3-4, 12-13a, 17-28), es un ejemplo de envidia. También lo es la parábola de los viñadores homicidas en el Evangelio de Mateo 21:33-43, 45-46, que evidencia la envidia de los líderes religiosos en tiempos de Jesús. Isaías capítulo 5 menciona el símbolo de la viña, representando el destino del pueblo elegido (cf. Os 10:1). Jesús, mediante esta parábola y la acción de los viñadores que matan al Hijo, resume toda la historia de salvación. San Mateo destaca que, cuando este Hijo es rechazado por los notables, es acogido por los pobres, pecadores y paganos (cf. Sal 117:22), convirtiéndose en la “piedra angular” de la Iglesia. Sin embargo, esta Buena Nueva podría ser rechazada por nosotros.
El dicho “si la envidia fuera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!” indica que la envidia es común pero a menudo oculta. No siempre se envidia lo material; a veces se envidia la personalidad, la energía o el afán de superación de los demás, sin intentar mejorar uno mismo.
La envidia es la imagen opuesta de la misericordia. Mientras que la envidia se entristece por el bien ajeno, la misericordia se entristece por el mal ajeno. El envidioso sufre con la alegría de los demás, incapaz de soportar su felicidad, y piensa que destruyendo al otro aliviará su propio sufrimiento.
El órgano de la envidia son los ojos, pues el envidioso no mira de frente, sino de reojo. La palabra envidia viene del latín “invideo”, que significa mirar con recelo. El envidioso trata de desprestigiar al envidiado con calumnias y comentarios destructivos, porque su objetivo no es lo que el otro tiene, sino quien lo posee. Busca aniquilar al envidiado para acabar con la causa de su sufrimiento.
Los envidiosos son miserables, sufren por sus propios males y ven los éxitos ajenos como desgracias propias. Este tormento constante tiene un componente masoquista y a la vez sádico. El envidioso odia tanto al envidiado como a sí mismo y no admitirá nunca que es envidioso. Para Spinoza, la envidia está teñida de odio porque recuerda al envidioso sus propias carencias.
Mientras la ciencia busca, el arte ya encontró. Miren lo que dice Miguel Ángel de Quevedo: “la envidia está flaca porque muerde y no come”. Se describe como corrosiva, destruye al envidiado y consume al envidioso. El color de la envidia es el amarillo: el envidioso ve con una mirada distorsionada, siente resentimiento, y su mente está teñida de un color venenoso, como amarillo, afirma Jorge Vigil Rubio en su “Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales.”
Amén, Señor Jesús.