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Conversaciones complicadas: La fealdad de México
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Desde inicios del presente siglo, México se ha consolidado como una de las potencias económicas globales. Como es lógico suponer, han sido muchos los factores que han contribuido a la llegada de este milagro latinoamericano. La cercanía con Estados Unidos, su extensa riqueza natural y cultural, pero, sobre todo, una variable a la que, inexorablemente, se le debe dar la mayor parte del crédito: su crecimiento poblacional.
Poco se habla del gran número de habitantes que residen en nuestro maravilloso país: 130 millones.
La abrumadora cifra, más allá de haber sido alcanzada de forma sostenida a través del tiempo, fue conquistada de la noche a la mañana merced a un bienestar generalizado, venido de la mano de los adelantos tecnológicos conquistados por la humanidad en los últimos cien años y que han abarcado todos los ámbitos de la vida humana, volviéndola más sencilla.
Durante esta expansión demográfica, las manchas urbanas, naturalmente, se expandieron de manera incontrolada, dejando como resultado un caótico entramado de calles y avenidas, junto con otras bondades.
Vayamos a comprobarlo. En primer lugar, planteémonos la interrogante ¿qué es lo que tienen en común todas las metrópolis mexicanas? Sin darle muchas vueltas, un centro histórico bien conservado cuyos retratos sirven para vender el, en apariencia, gran desempeño del presidente municipal en turno o a la propia ciudad en los espectaculares ubicados en otras partes del territorio nacional con la leyenda “Visita”, seguido de su nombre.
Y, a sus alrededores, periferias sobre periferias que, en el mejor de los casos, ocupan de, forma irónica, el ochenta por ciento de la urbe. Estas zonas poseen los atributos de ser sumamente conflictivas y poco agradables a la vista, sumado al hecho de que es posible apreciar cambios muy drásticos en la infraestructura de un sector a otro, revelando al visitante la enorme desigualdad económica que impera, no solo ahí, sino en toda la república.
Ningún gobierno se preocupó en llevar a cabo una planeación urbana que facilitara la movilidad, la distribución de los recursos básicos o algo tan poco redituable en términos electorales como la conservación de áreas verdes. En cambio, se les otorgó el poder a fuerzas tan impredecibles como el azar o al criterio individual de cada particular de construir, en cierta porción de superficie, una casa, un fraccionamiento o una bodega industrial, sin importar que todas estas obras estuvieran una a lado de la otra.
La consecuencia por excelencia, y de la cual se pueden ramificar muchas más, es un nivel ingobernabilidad que se acentúa con cada año que pasa. Embotellamientos, falta de agua para los hogares menos prósperos, exceso de vehículos, contaminación visual y auditiva, fachadas irregulares en donde es posible encontrar un restaurante, luego la entrada a una casa particular y en seguida, un hospital.
Hay que decirlo, México, si no fuera por las maravillas que la naturaleza le ha regalado y por su enorme herencia cultural, sería una nación a la que los adjetivos de fea y problemática le quedarían como anillo al dedo. Tales condiciones reflejan muy bien las criticadas cualidades del mexicano: Improvisado, indulgente e inconsciente.
La realidad es que la pendiente ascendente que representa al crecimiento poblacional no cambiará su rumbo en los tiempos venideros. Los problemas dentro de la sociedad no dejarán de multiplicarse.
Los puestos de poder que deberían estar siendo ocupados por personas capaces para afrontar estos retos, están secuestrados por una clase política experta, eso sí, en toda clase de artificios y mañas para seguir detentando el control.
La siguiente vez que salgamos a la calle, hagamos un ejercicio de observación. En la medida de lo posible, contemplemos a detalle nuestro entorno, más concretamente, las vías por las que transitamos en el día a día. Con toda seguridad, serán pocos los tramos con los que uno se podría sentir orgulloso del lugar en donde vive.
Es triste, pero ese penoso panorama es la viva prueba que, desde hace mucho, nuestra civilización avanza sin ningún rumbo fijo que eventualmente, y por la negligencia de sus componentes, la arrastrará al abismo.
Hagamos un intercambio de ideas, escríbame por correo a [email protected] o en Twitter a @Jesus_LAguilar.