EMERGENCIAS Y URGENCIAS 10

15 de enero de 2025

Sacerdote Daniel Valdez García

Queridos hermanos y hermanas,

Estamos en los primeros días de enero, y ya se vislumbran sorpresas de todo tipo. Es fundamental estar preparados, porque como se dice, “persona prevenida vale por dos”.

Esta reflexión es la décima en torno a “Emergencias y Urgencias”. A menudo confundimos estos términos, y nos referimos a ellos como Urgencias y Emergencias médicas. Series como “Urgencias Médicas”, “Anatomía de Grey” y “Doctor House” nos han enseñado la invaluable importancia de cuidar nuestra salud, tanto personal como comunitaria, y de prevenir antes que curar.

Es esencial entender la diferencia entre temperatura corporal normal, fiebre e incluso la sutil febrícula. Cuando nuestra temperatura oscila entre 37,1 y 37,9°C, experimentamos febrícula. Y cuando la fiebre se eleva, es nuestro cuerpo luchando con valentía contra infecciones. Este proceso es una prueba de la increíble capacidad de nuestro organismo para defenderse, pues cada grado de aumento potencia nuestro metabolismo y refuerza nuestro sistema inmune.

Estas reflexiones no solo nos invitan a cuidar nuestra salud, sino que hacen eco de relatos bíblicos. Jesús, el sanador compasivo, atendía tanto las emergencias del alma como las urgencias emocionales.

Recordemos el pasaje del Evangelio de hoy, según San Marcos 1:29-39: Jesús, tras salir de la sinagoga con sus fieles amigos Santiago y Juan, se dirige a la casa de Simón y Andrés. Allí, con un simple gesto de amor, sana a la suegra de Simón de su fiebre, quien se puso a servirles. Y al atardecer, llena de esperanza a todo un pueblo, curando a los enfermos y liberando a los atormentados. En la quietud del amanecer, se entrega a la oración, reafirmando su misión de amor y predicación.

Jesús tocó los corazones con su poder curativo, respondiendo no solo a las dolencias físicas, sino también a las necesidades del espíritu. Su verdadera fuerza residía en su profunda conexión con el Padre, nutriendo su alma a través de la oración constante.

Es común que los pacientes y sus familias no valoren adecuadamente el trabajo del médico: cuando el paciente se recupera, suelen atribuir su mejoría únicamente a Dios, olvidando el papel crucial del médico; sin embargo, si el paciente no sobrevive, rápidamente culpan al médico. Del mismo modo, en la vida de fe, muchas personas piden salud insistentemente, pero una vez que la obtienen, tienden a olvidarse de Dios y continúan viviendo sin reconocer su intervención.

Pidamos a Dios que nos sane de esta fiebre de ingratitud que nos aleja de servir diligentemente a Él y al prójimo.

Amén, amén, Santísima Trinidad.