División: Sinónimo de la contemporaneidad

Por: Jesús Humberto López Aguilar

El pedestal en el que México se erige en el plano internacional nuevamente comienza a tambalearse. El avance de los nacionalismos en los países de Occidente ha generado una ola de apatías para con las naciones que no pertenecen al primer mundo. En este caso, nuestro país está siendo blanco de ataques que se vuelven cada vez más recurrentes en las retóricas de los gobernantes de estos países. Por si no hubieran sido suficientes las pedradas que el ahora presidente electo de los Estados Unidos de América lanzó contra nosotros en los últimos meses, los gobernantes de las provincias del vecino país de Canadá han hecho a México objeto de una gran variedad de amenazas. Su deseo es que se le separe del tratado comercial norteamericano del que el país de la hoja del maple forma parte. ¿Su argumento? Que la industria automotriz canadiense se ha visto opacada por la mexicana, así como otras pérdidas económicas que, según dicen, la participación de nuestro país les genera.

Ante la presión y el descontento de la mayoría del electorado, Justin Trudeau se ha sumado al cuestionamiento de sí expulsar a nuestro país del acuerdo le resultaría beneficioso a la nación que representa. Es evidente que este revés en su discurso, el cual se ha caracterizado por siempre defender una integración global, México incluido, ha sucumbido al deseo de mantener el apoyo de la población a su gobierno, el cual, por cierto, tiene un nivel muy bajo de aprobación en las encuestas. 

Más allá de la hipócrita personalidad de los políticos del mundo, es posible notar que, ante el descontento general de los distintos pueblos, sus dirigentes siempre buscan un chivo expiatorio a quien culpar de todos sus males. Lo vimos en nuestra propia tierra, con una mayoría votando por un proyecto de nación que encontró su fortaleza más grande en el mencionar una y otra vez los errores de la clase política del pasado. Europa tampoco se salvó. Las alas más radicales de los partidos de derecha obtienen con cada elección que pasa más escaños en los parlamentos o puestos de primer ministro. Todo gracias a que señalan con suma fogosidad a los migrantes de Oriente Medio o a las agendas globalistas como fuente de sus problemas. 

En fin, el caso es que los problemas de cada país tienen nombre, apellido, color, idioma, religión o cualquier otra característica inherente a ciertas agrupaciones de personas. Nunca habremos de escuchar a algún gobierno, y mucho menos, a sus representados diciendo: “Nosotros somos el problema”, “algo no estamos haciendo bien” “el sistema económico que hemos adoptado no es sostenible” “nuestros valores se han perdido” “somos demasiados”.

En la historia, cuando observamos detenidamente el inicio de una gran civilización, nos damos cuenta de que sus artífices no perdieron su tiempo culpándose entre ellos por su poco gloriosa situación. Los alemanes tampoco lo hicieron cuando su país se encontró, en 1945, con un panorama devastador. Ciudades borradas, una economía inexistente. ¿A caso se miraron entre sí para decir “los nazis nos trajeron a este punto”? Por supuesto que no. No quedó otra alternativa más que ponerse manos a la obra para trabajar hombro con hombro con la intención de construir algo nuevo, en este caso, forjar un nuevo país que esta vez hiciera las cosas diferentes. 

Muchas acciones y pocas palabras son muestra de que algo, ya sea un proyecto, una idea o una visión, está tomando buen camino, en cambio, la existencia de pocas acciones y muchas palabras nos hablan de que tal o cual emprendimiento, cualquiera que sea, está condenado al fracaso. Las sociedades actuales parecen ajustarse más al segundo escenario. La división más la exclusión no será la fórmula que solucione los problemas locales, y, mucho menos, los globales. Solamente se sembrará más caos cuando los supuestos remedios, abordando los problemas desde una perspectiva unilateral, colisionen entre sí. 

En el caso de que prosperen los deseos de los gobernantes canadienses, o, en otras palabras, la falta de sentido común llegara todo menos buenos tiempos. 

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