Unos días lluviosos en los que reflexionar

Por: Jesús Humberto López Aguilar

Y como si las súplicas a Tláloc hubieran sido por fin escuchadas, las precipitaciones no cesan tras años de una intensa sequía. Una sequía que empezaba a resonar en las ciudades solo después de que sus habitantes empezaran a sufrir cortes prolongados de agua. No obstante, aunque estas lluvias parecen revitalizar algunos de los cuerpos de agua que estaban al borde de convertirse en un lejano recuerdo, la amenaza de una catástrofe de mayor envergadura sigue al acecho.

Aunque la Tierra sufre un lento proceso de desertificación, producto de los movimientos del planeta al que llamamos hogar (diferentes al de traslación y rotación), es un hecho innegable que sus ecosistemas están siendo explotados sin ninguna tregua. El crecimiento desmedido de la población viene a agravar aún más esta situación, haciéndolos retroceder a pasos agigantados junto con las especies que los habitan. Con solo pensar que en tiempos de la expropiación petrolera el número de habitantes de la República Mexicana era de poco más de 19 millones de personas, comparados con los casi 128 millones que somos hoy en día, es posible vislumbrar que, al paso que vamos, la vida humana se volverá un auténtico padecimiento para aquellos con la fortuna que tengan la posibilidad de experimentarla.

En los paisajes contemporáneos no falta el concreto, ya que este se encuentra a donde quiera que se fije la vista, así como también autos yendo de un lado a otro, cielos con tonos que van más hacia los grises que a los azules y, por supuesto, ruido viniendo de todas direcciones.

¿Ese futuro tiene algo de prometedor? Claramente, no. Es imperativo que tanto la sociedad en general, como sus gobernantes, tomen un mínimo de conciencia en este sentido.

¿Cómo garantizar seguridad, saneamiento o alimentos a una población que crece exponencialmente y, por otro lado, con un Estado raquítico que es, ya de por sí, ineficiente? Esta última cuestión debería ser el preámbulo a cualquier debate de política o sociología. Claro que la lucha diaria por poner comida sobre la mesa impide a la mayoría de las personas sentarse a filosofar sobre el complejo entorno que los rodea, pero en esferas, tanto públicas como privadas, donde es común escuchar todo tipo de críticas a la forma en que los agentes de poder están manejando las cosas, nunca resuena esta temática, más bien, se exigen logros tan abstractos como subir tal o cual porcentaje en el producto interno bruto o en cualquier otro indicador que afecta a las inversiones de los más acaudalados.

Sería interesante plantear un nuevo modelo de control poblacional como aquel que, hasta hace unos años, era implementado en la República Popular de China con el objetivo de frenar la curva de crecimiento del número de habitantes. Mucho hay que aprenderle al país asiático en términos de gobernanza, como un férreo control de los movimientos de sus habitantes con un sistema de reconocimiento facial, que, además, acortaría el camino para resolver los problemas antes listados. En el entendido de que esta mejora no incluya la caza de disidentes.

El caso es que las crisis climáticas, como la sequía que ha aquejado en los últimos años al territorio nacional, deberían de ser un motivo para replantear nuestro modo de vida. El que días de fuertes lluvias hayan por fin llegado, no significa que llegamos a salvo al otro lado de la cuerda floja. La tendencia es clara, no son meras anomalías aisladas. Las causas ya fueron descritas y también, una posible solución, extrema en apariencia, pero necesaria.

La humanidad se enfrenta a un punto de quiebre en el que jugará sus cartas, y no son nada alentadoras. Antes de llegar a ese presente, se pueden poner en marcha una gran cantidad de acciones que pueden cambiar esas probabilidades.

Lo preocupante es que aquellos que son conscientes de esta sentencia son una minoría que no ha sabido darse a escuchar y tampoco, actuar de la manera más eficaz en una existencia en donde todos quieren ser escuchados y, sobre todo, exaltados entre los demás.

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