El último grito de la moda

Jeans, pants, faldas, vestidos, blusas, suéteres, camisas, chamarras, sudaderas y más, es de lo que están llenos los closets y roperos de cientos de personas que todos los días “no tienen que ponerse” y por ello, recurren a la compra de más y más ropa de la que pueden guardar en sus cajones sin saber que la industria del “fast fashion” o moda rápida, es la segunda más contaminante del planeta por su acelerado ritmo de producción según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Pero ¿Qué es el fast fashion? de acuerdo con la organización Greenpece, el concepto de fast fashion o moda rápida, se refiere a los grandes volúmenes de ropa producidos por la industria de la moda con baja calidad en función de las tendencias y una necesidad inventada, lo que contribuye a poner en el mercado millones de prendas y fomentar en los consumidores una sustitución acelerada de las mismas.

Ante la pretensión de “encajar” a través de la ropa en determinados círculos sociales, las personas terminan comprando ropa para utilizar en una sola ocasión y de manera posterior, ser guardada en las profundidades de un cajón donde puede permanecer por años, lo que convierte a las prendas en un gran desperdicio, pues en algún momento terminará en basureros, lo que conlleva a un ciclo sin fin que permite a la industria de la moda producir colecciones de prendas en cantidades obscenas, dejando atrás “el viejo modelo” de colección primavera, verano, otoño e invierno, para generar mayores ganancias lanzando colecciones de ropa cada dos o tres semanas.

La producción masiva genera un mayor uso de recursos naturales, es decir, más energía, más agua y en general, se consume más de lo que se puede reponer a la naturaleza. Detrás de esta industria tan glamurosa, se esconde un elevado precio ambiental, prendas desechables que son responsables de consumir alrededor de 79 mil millones de litros de agua por año de acuerdo con la activista ambiental Fey Crevoshay. La industria textil contamina el 20% de las aguas contaminadas porque se utilizan hasta 8 mil productos químicos particularmente en el teñido de las prendas, y todo para que ese vestido, camisa o pantalón, tenga su debut y despedida en un evento considerado “especial”, o peor aún, termine guardado con la etiqueta puesta y sin estrenar.

El esquema es este, producir más, pero a menor costo ¿Y quién lo paga? al prestar atención en el proceso de producción donde un algodón se vuelve hilo, después ese hilo en tela, esa tela en una prenda y finalmente esa prenda debe ser distribuida en un punto de venta, todo eso tiene un costo y no es posible que sea de 90 pesos o menos de 200 cuando se fabricó en diferentes lugares, lo que nos lleva a pensar en la parte social, alguien en el mundo está pagando esos costos ¿Quién es?

Según Cynthia Gómez Ramírez, especialista en diseño textil, el 90% de las personas que están empleadas en la industria de la confección y el vestido, en su mayoría son mujeres; niñas a partir de los 12 años, madres solteras o madres proveedoras que necesitan mantener a sus hijos y aceptan condiciones de trabajo precario que incluye jornadas de entre 14 y 16 horas diarias que se pueden convertir en 20 cuando las marcas tienen comprometidos ciertos pedidos, por lo cual, son obligadas a cubrir horas extras.

Lo que se porta al usar ropa de marcas como Shein, Primark, H&M, Zara, Stradivarius, Mango, Lefties, Bershka, Pull & Bear, Oysho, entre otras, es el sufrimiento de 20 horas de trabajo con un sueldo indigno de unos 5300 takas mensuales, es decir, entre 850 y 900 pesos mexicanos mensuales, ya que son prendas producto de la explotación de mujeres y niñas que se producen en países generalmente en el sur de Asia como Bangladesh, India, Camboya, Indonesia, Malasia, Sri Lanka y China, donde los derechos humanos son vulnerados.

Para quienes no lo recuerden o no se hayan enterado, es obligado citar el caso del “Rana Plaza”, donde mil 134 personas, en su mayoría trabajadores de la confección, perdieron la vida y otras dos mil resultaron heridas cuando la fábrica “Rana Plaza” se derrumbó en las afueras de Dhaka (Bangladesh) el 24 de abril de 2013. Antes de la tragedia, los empleados habían denunciado el mal estado en el que se encontraban las instalaciones, lo cual fue ignorado por parte de las empresas responsables.

Meses antes de lo sucedido en “Rana Plaza”, por lo menos 120 personas perdieron la vida en un incendio en una fábrica textil de nueve plantas en las afueras de la misma ciudad. Una de las causas más comunes es que al momento de los sucesos las puertas estaban bloqueadas o cerradas, impidiendo la salida de los trabajadores.

Carry Somers, fundadora de “Fashion Revolution”, el movimiento global que lucha por el cambio y la transparencia en la cadena de suministro de la industria textil, señala que la industria mundial de la moda sigue siendo uno de los motores de la esclavitud moderna. Asociaciones ambientales mencionan que más del 70% de la ropa producida anualmente termina incinerada o en basureros, lo que contribuye a la contaminación terrestre y atmosférica. Producir ropa es muy costoso bajo el modelo actual: 2 mil 700 litros de agua son necesarios para fabricar apenas una camisa de algodón.

Lo que sucede con el tema de la ropa, es que a las personas les cuesta asociar con un daño ambiental de gran impacto, así como utilizar un vehículo o viajar en avión genera contaminación, lo mismo sucede con la ropa, pero no lo razonamos de la misma forma. Mientras no se tome conciencia de que no hay otro planeta y lo estamos aniquilando, no seremos capaces de modificar nuestros hábitos de consumo para realizar compras consientes y no comprar por impulso.

Lo más lógico es, reparar nuestra ropa, el hecho de tener una mancha o algún orificio, no significa que se deba tirar o este inservible. Otra opción es regalarla, si al final solo está ocupando espacio y lleva meses o años guardada, lo más probable es que no se usará, así que por qué no darle otra oportunidad para que alguien más la utilice. Otra opción es la ropa de segunda mano, aunque el prejuicio y el pensar en el qué dirán, hace que se prefiera seguir contaminando antes que dar una segunda vida a las prendas.

Las campañas que por años han vendido la idea de que una prenda o una marca en particular otorga personalidad y una serie de cualidades a las personas, no es más que producto de la mercadotecnia que busca más y mejores compradores que continúen con un consumismo voraz.

Piensen, de verdad necesitan montones y montones de ropa, es necesario estar al último grito de la moda ¿Y a qué costo? verse en la foto, ganar estatus, validación social y después, si estos son algunos de los motivos que tienen para comprar ropa, lo que se requiere es un trabajo más interno para pensar lo que realmente define a una persona y reflexionar si una prenda puede “crear” identidad. Dejemos de comprar por comprar, las tendencias surgen de un modelo de negocio, no es sano comprar tanta ropa y tampoco es sostenible.