LA TENTACIÓN DE UN SACERDOTE
14 de septiembre, 2023: Fiesta de la Exaltación de la santa Cruz
Sacerdote Daniel Valdez García
Queridos hermanos y hermanas,
En mi experiencia de ejercicios espirituales pasados, tuve el privilegio de meditar profundamente sobre la vocación sacerdotal en el contexto contemporáneo, una cuestión que ha despertado mi inquietud durante más de una década. Durante estos días, he ido destilando diversos puntos de reflexión al respecto.
Hoy se nos brinda la oportunidad de consagrar nuestra misa en honor a la patria, así como también en veneración de la sagrada cruz, un evento que, de manera especial, celebramos como mexicanos cada 3 de mayo en solidaridad con los trabajadores de la construcción
La lectura inaugural nos dispone para transitar al pasaje del evangelio, en esta ocasión particular de san Juan, haciendo alusión a la solemne festividad del día.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: ´Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él´” (Jn 3, 13-17).
El capítulo 3 del evangelio de San Juan relata el diálogo entre Jesús y Nicodemo, ofreciéndonos una visión profunda. En este intercambio, se abordan tres temas fundamentales: la misión de Jesús como Salvador y dispensador de la Vida Eterna, así como el Juicio que aguarda a aquellos que no creen en él. Este mensaje nos habla del amor divino y de la redención, destacando la importancia de comprender que la gracia y el juicio están intrínsecamente ligados. En verdad, la gracia carece de significado si se desliga del juicio. Sin pecado, el perdón carecería de propósito; y sin juicio, la gracia sería innecesaria. Lamento notar que la sociedad actual tiende a ignorar cada vez más el aspecto del juicio, buscando únicamente escuchar acerca del amor y la salvación.
Estando en el Seminario, en tono algo jocoso, se nos relató que en cierta ocasión, un joven seminarista se encontraba desmotivado y solicitó permiso para salir al estacionamiento. Al retornar, le cuestionaron qué había sucedido, a lo cual él respondió: “Contemplé los vehículos de los progenitores y en ese instante se esfumaron mis ansias de rendirme”. Sin duda, esto resulta cómico, pero reflexionemos en la figura de san Mateo quien nos muestra la única tentación que Jesús experimentó al considerar abandonar el plan divino en Getsemaní. “Prosternándose hasta tocar el suelo con su rostro, oró de este modo: ‘Padre, si es factible, aleja de mí esta copa’ (Mt 26, 39)”, esta petición fue efectuada en dos ocasiones (v. 42). Incluso la epístola a los hebreos afirma que “el mismo Cristo, en los días de su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas con potentes clamores y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado a causa de su piedad reverente” (5,7). Si bien es cierto que añade: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26, 39), que se haga tu voluntad.
San Juan María Vianney, el párroco de Ars, fue tentado en tres ocasiones de “tirar la toalla” y dejar su parroquia debido a que percibía la labor como un peso abrumador. Él mismo lo confiesa en un sermón, afirmando que “la primera tentación siempre es dejar de servir a Dios”. Cuando ya había emprendido el camino para abandonar la parroquia, se percató, bajo la luz tenue de la luna, de un objeto brillante en el suelo. Resultó ser la imagen de un Cristo, la tomó consigo y regresó convencido de beber el cáliz junto con Jesús en aras de la salvación de sus feligreses.
En el mundo actual, medida que transcurre el tiempo, nos encontramos con una disminución progresiva del pecado, dando la impresión de que el perdón se ha vuelto prescindible. Permítame recalcar: Si las personas viven bajo la creencia de no tener pecado, entonces la gracia resulta superflua. Además, el sacerdote, enfrentando su propia lucha contra una inclinación al protagonismo, parece habitar en un ambiente cerrado, consciente de que aunque estén congregados, no hay un verdadero sentido de unidad en el Señor. Permitir que los ataques se dirijan hacia las personas en lugar de dirigirse a los problemas, es lo corriente y esta actitud fomenta que el sacerdote experimente un peso abrumador frente a la abundancia de pecado, infidelidad, tibieza en la fe y falta de compromiso.
Por lo tanto, cada sacerdote, imbuido de un amor infinitamente misericordioso, debe dejar en claro que la gracia no tiene relevancia si se separa del juicio. Porque es la gracia misma de Dios la que capacita a cada sacerdote frente a la tentación de no servirle, otorgándoles una plena consciencia, al igual que a Pablo cuando Jesús le dijo: “Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co 12, 9). En el momento de la consagración, el obispo expresa: “Cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas”. Estas palabras funcionan como una gran salvaguarda ante la tentación de abandonar el servicio a Dios.
Que María, permaneciendo junto a la cruz sin abandonar a Jesús, custodie con su amor maternal todas las vocaciones sacerdotales frente a la tentación de renunciar al deseo de servir a Dios.
Amén, amén, Santísima Trinidad.