La cuna de la trata

Con apenas doce, trece y catorce años de edad, es cuando inició la pesadilla de miles de mujeres en San Miguel Tenancingo, este municipio de Tlaxcala conocido por ser el punto neurálgico de la trata de personas con fines de explotación sexual, donde a través de engaños y falsas promesas, niñas y mujeres cayeron en las mentiras de hombres conocidos como “padrote” o “proxeneta”, que ven en las mujeres un objeto de consumo y moneda de cambio, ya que asumen que el prostituir mujeres es un oficio o un modo de ganarse la vida.

Hace poco más de una semana, el 30 de julio, se conmemoró el Día Mundial Contra la Trata de Personas, un delito que afecta a niñas, niños, adolescentes, mujeres y hombres. Si bien la forma más conocida de trata de personas es la explotación sexual, miles de víctimas también son objeto de trata con fines de trabajo forzoso, trabajo doméstico, mendicidad infantil o extracción de órganos.

La trata de personas es considerada la nueva forma de esclavitud del siglo XXI, no ha desaparecido, jamás lo hizo, pero sus formas y manifestaciones se han recrudecido y se ha convertido en un negocio global, donde las víctimas, en el caso de nuestro país, se reclutan en zonas rurales o de alta marginación, y en otros casos, son mujeres que provienen de entornos familiares complicados; marcados por la violencia, abusos físicos y sexuales, lo que las vuelven presa fácil para estos hombres.

La zona de Tlaxcala en donde este problema es más visible es la región sur, donde esta actividad se ha convertido en un “negocio o industria familiar”. El caso más ilustrativo se encuentra con la familia “Carreto Valencia” que de 1991 a 2004, se dedicó a esta actividad, convirtiéndola en su modus vivendi. Reclutaban mujeres en México de entre 14 años y 19 años de edad y las trasladaban de un Estado a otro, hasta finalmente llevarlas a Estados Unidos, principalmente a Nueva York.

Los hijos y sobrinos de Consuelo Carreto, se dedicaban a enganchar mujeres con bajo nivel educativo y problemas de autoestima con la promesa de matrimonio. En otros casos, las deslumbraban con costosos regalos, las llevaban a vivir a la casa paterna o en departamentos siempre vigilados y cuando estos métodos no funcionaban, los Carreto recurrían al secuestro, la violencia y la violación.

De acuerdo con el relato de las víctimas, Consuelo Carreto (madre) y María de los Ángeles (cuñada) se hacían cargo de las víctimas; las mantenían incomunicadas y cuidaban a los hijos que las jóvenes tuvieron con sus hijos. Antes de llegar a Estados Unidos, las mujeres eran obligadas a ejercer la prostitución en distintos puntos del territorio nacional: en Tenancingo, D.F., (ahora Ciudad de México) Puebla, Irapuato y Tijuana, de este último punto los Carreto cruzaban la frontera hasta llegar a Nueva York, ahí, se les obligaba a “atender” a un promedio de 30 hombres al día.

Algo característico de este municipio es que los niños y jóvenes aspiran a ser padrotes, pues es considerado un oficio como cualquier otro y una muestra del poder masculino. En algunas familias, los niños dejan la escuela a la edad de 12 años, se les da una o dos niñas de su edad para abusar sexualmente de ellas y “padrotearlas”. Es así como empieza el entrenamiento, que pone énfasis en el arte del secuestro y la seducción.

Cabe señalar que las mujeres que prostituye no son principalmente de San Miguel Tenancingo o del Estado de Tlaxcala, pero si es el lugar donde las reclutan. Los padrotes recorren estaciones camioneras, clubs nocturnos, fábricas y lugares donde se reúnen chicas menores de edad. La estrategia es fingir que quieren ser su novio, las invitan a salir, les prometen amor y también matrimonio, promesa que en muchos casos se cumple, pues es una manera de obtener mayor información de ellas y poder manipular y/o amenazar.

La trata de personas en Tenancingo es una tradición, y una de las razones por las cuales la gente del pueblo no dice nada es porque existe una derrama económica generada por los tratantes que favorece a la comunidad. Esta se da mediante el trabajo que los padrotes les dan a los pobladores que no se dedican a esta actividad; arquitectos y albañiles, por ejemplo, ya que, si algo caracteriza este lugar, son las enormes residencias que han construido. Otro motivo es el financiamiento de las fiestas patronales que forma parte de la vida comunitaria de estos espacios.

Para erradicar esta práctica que es un delito, habría que encarcelar a abuelas, madres, hijos, menores de edad, y todos aquellos involucrados, es decir, casi a todos los habitantes de los municipios de Tlaxcala que se dedican a la explotación sexual.

Los padrotes son delincuentes muy bien organizados que tienen vínculos con la esfera política y de impartición de justicia del Estado, lo que ayuda a comprender porque este fenómeno no se ha erradicado. Ningún gobernante se ha atrevido a tomar cartas en el asunto por las consecuencias políticas que le generaría, las “aportaciones” que probablemente dejaría de recibir y también, porque no cuentan con alternativas viables para detener esta problemática.

Vender el cuerpo de una mujer o niña es convertirla en objeto y destruir la dignidad humana. El delito existe porque hay hombres que acuden a los servicios de mujeres explotadas y a su vez, son hombres que destruyen la vida de estas mujeres. Los hombres tienen una gran responsabilidad en la venta del cuerpo de las mujeres, no consuman mujeres. Qué sentido tendría explotar a una mujer si no hay un mercado que consuma. Dejemos de reproducir esa falsa creencia y construcción social de que los hombres tienen una “necesidad incontrolable” de satisfacer su deseo sexual, pues bajo esa idea se cimienta el hecho de que para satisfacer esa “necesidad incontrolable”, es válida la prostitución de mujeres. Que se entienda y que se repita las veces que sea necesario, las mujeres no son objeto de consumo y tampoco una mercancía.