¿México está listo para una democracia?

Por: Jesús L. Aguilar

Mirando fuera de los limites nacionales, tenemos experiencias de países en donde la democracia -entendiéndose como un sistema político en el cual la soberanía reside en representantes elegidos libremente por los ciudadanos de forma periódica- no ha funcionado por cuestiones culturales que trascienden más allá de ideales de libertad e igualdad nacidos en el corazón de Occidente hace poco más de 200 años y que el proceso de globalización iniciado en esta parte del mundo, ha tratado de imponer como lo “correcto”. Y es que estos principios, los cuales en un primer momento pueden parecer muy atractivos para integrantes de sociedades de otras latitudes, no van a terminar cuajando debido al velo invisible que condiciona a cada uno de sus pensamientos y acciones. Este velo es la cultura, todo ese conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo o un estrato social en concreto. Al pensar en todo esto, se debe evitar caer en las clásicas concepciones que tenemos de estos conjuntos, hay que hacerse cuestionamientos de tipo ¿por qué opino lo que opino? ¿por qué creo en lo que creo? Ya que queda más que claro, que nuestra personalidad se ve condicionada por el entorno en el que crecemos, queramos o no, nuestro subconsciente asimila como propio todo aquello que percibe como normal. Así como no se puede sembrar un pino en un desierto, una idea necesita un entorno adecuado en el cual desarrollarse.

A pesar de que hoy en México vivimos en una democracia plena, los gobiernos que hemos tenido se han caracterizado por su ineficiencia, ineptitud y por una imperante corrupción, trayendo como consecuencia los problemas que los ciudadanos sufrimos a diario: violencia, pobreza y una pérdida progresiva del estado de derecho. ¿En dónde está la falla? En la cultura de los mexicanos. La teoría de las dimensiones culturales de Hofstede puede ilustrar con mayor precisión esta premisa. La teoría consta de seis dimensiones, pero para efectos de este análisis, nos concentraremos en las primeras dos. La primera dimensión es la “distancia al poder”, la cual se define como la medida en que los miembros menos poderosos de las instituciones y organizaciones dentro de un país esperan y aceptan que el poder se distribuya de manera desigual. La segunda dimensión es el individualismo la cual aborda el grado de interdependencia que una sociedad mantiene entre sus miembros. En las sociedades individualistas, se supone que las personas deben cuidar de sí mismas y de su familia directa únicamente. De acuerdo con Hofstede Insights, una consultoría en cultura organizacional la cual entrega gratuitamente un análisis de las seis dimensiones aplicado a ciertos países, le da a México una puntuación, en escala del 1 al 100, de 81 en distancia al poder. Es decir, que tenemos una sociedad muy jerárquica, en donde todos tienen un lugar y no se necesita una mayor justificación, los mexicanos aceptamos la centralización, esperamos que se nos diga que hacer y el jefe ideal es un autócrata benévolo. Suena bastante familiar, cada 6 años esperamos que un mesías político llegue a arreglar los problemas del país como por arte de magia. Más que cuestionar al poder, nosotros los ciudadanos debemos desafiarlo a mostrar experiencia, a implementar un estilo directo y participativo de comunicación. En la segunda dimensión se nos da una puntuación de 30. Somos una sociedad colectivista, esto se manifiesta en un compromiso cercano a largo plazo con el “grupo” de miembros. El problema está en que en una sociedad colectivista la lealtad anula la mayoría de las normas y reglamentos sociales.

Por todas estas razones, es por las que México no está listo para una democracia. Esta requiere un cambio en la práctica organizacional de las instituciones mexicanas, promoviendo la participación y opinión de los subordinados, a evitar la emulación de procesos estandarizados para explotar la creatividad en la búsqueda de soluciones funcionales a problemas concretos y la implementación valores que lamentablemente nuestra sociedad no ha elevado como máximas de comportamiento, tales como la honestidad, el no necesitar de ser observado para actuar con congruencia y la búsqueda del bien común, no de un grupo, sino de toda la sociedad.

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