LA GRANDEZA MEXICANA
Por: Daniel Valdez García
Voy a hablar de la filosofía náhuatl del imperio azteca que ocupó el centro y el sur de lo que hoy es México. Pero también es justo decir que hay mucho que se perdió y es irrecuperable, primero con la gran reforma del sacerdote mexica Tlacaélel quien ordenó quemar una enorme cantidad de códices (amoxtli en náhuatl), y luego con la llegada de los invasores capitaneados por Hernán Cortés que llevaron a la hoguera otros tantos. Es cierto que Fray Bernardino de Sahagún hicieron grandes esfuerzos por conservar mucho esa esa sabiduría pero ellos mismos fueron el filtro de lo que ellos no entendieron.
En la revista científica “Aeon” de la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY) en Cortland, EE.UU, Lynn Sebastian Purcell, profesor asociado de filosofía, publicó que tienen muchos volúmenes de textos grabados en su lenguaje náhuatl. El padre y doctor Angel María Garibay junto Miguel León Portilla fueron y y el filósofo estadounidense James Maffiedos fueron grandes estudiosos de la sabiduría Náhuatl.
La filosofía y ética de las virtudes náhuatl no tiene nada que ver con la obra de Aristóteles y no es menos brillante y clara. Por ejemplo, el Códice Florentino, obra recabada por el misionero franciscano Fray Bernardino de Sahagún, reproduce el discurso de un Huey Tlatoani (malamente llamado emperador azteca) antes de asumir su cargo, Allí habla de cómo vive un hombre “venerado”: es “defensor y sustentador”, dice, “como el árbol de ciprés, en el cual las personas se refugian”.
Pero ese mismo hombre también “llora y se aflige”. El Huey Tlatoani entonces se pregunta: “¿Hay alguien que no desee la felicidad?”. Para los aztecas tener buena vida y ser feliz no estaban asociados, algo propio de la filosofía de Occidente.
Termino diciendo que los aztecas creían que por más bueno, talentoso o inteligente que fueras, podrían pasarte cosas malas. O incluso podrías equivocarte, resbalarte y caer. Lo decían con un refrán: “resbaladiza, escurridiza es la tierra”.