
SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 17 julio, 2025
- Columnas
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Francisco Javier Escamilla Hernández
Me enteré de una teoría actual, donde el común de la gente ya no importa, lo único que importa es el dinero, quién lo utiliza a su favor y el fin último es ser inmortal. ¿Parece de película, no? Pues les comparto algo acerca de estas reflexiones.
En las últimas décadas, el crecimiento acelerado de la riqueza tecnológica, el dominio de grandes corporaciones y los avances científicos han alimentado esta teoría que, aunque parece sacada de la ciencia ficción, inquieta a muchas personas: la idea de que un pequeño grupo de multimillonarios podría apoderarse del mundo y alcanzar, incluso, la inmortalidad; esta hipótesis se basa en la concentración del poder económico, el control de la información y el financiamiento privado de investigaciones en biotecnología y longevidad, aunque suena distópico, esta visión plantea reflexiones importantes sobre el futuro de la humanidad, la equidad y los límites del poder.
En primer lugar, no es una fantasía afirmar que unos cuantos individuos poseen más riqueza que miles de millones de personas juntas, figuras como Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Larry Page no solo concentran grandes fortunas, sino también poder tecnológico e influencia global; las empresas de estos personajes no se limitan a sectores tradicionales, sino que abarcan inteligencia artificial, exploración espacial, biotecnología y control de datos personales. Esta acumulación de recursos y conocimiento coloca a los multimillonarios en una posición privilegiada para influir en la política, la economía y la vida cotidiana de millones de personas.
Una de las áreas que más ha despertado especulaciones es la de la longevidad, algunos de estos millonarios financian investigaciones avanzadas sobre el envejecimiento celular, terapias genéticas, criogenia y tecnologías de fusión entre cuerpo humano e inteligencia artificial. Empresas como Altos Labs y Calico, respaldadas por figuras del mundo tecnológico, trabajan activamente en prolongar la vida humana e incluso revertir el envejecimiento; la idea de que los ricos podrían vivir mucho más tiempo —incluso alcanzar una “inmortalidad” técnica— mientras el resto de la humanidad envejece y muere, plantea un futuro profundamente desigual.
La combinación de longevidad extrema con poder económico podría generar una clase de “superélite” con tiempo, recursos y tecnología suficientes para perpetuar su dominio sobre el resto, esta perspectiva preocupa a filósofos, científicos y activistas, ya que amenaza los principios democráticos y acentúa la brecha entre ricos y pobres: un mundo gobernado por unos pocos virtualmente inmortales pondría en jaque la idea misma de movilidad social, renovación generacional y equidad.
Sin embargo, podrían esgrimirse algunos argumentos en contra de esta visión fatalista, tales como el que la ciencia aún está lejos de lograr la inmortalidad, y muchas de estas investigaciones tienen riesgos éticos y técnicos significativos; además, los avances tecnológicos pueden democratizarse si se regulan adecuadamente y se orientan al bien común, donde las mayorías deberían forjar un frente opositor a los supermillonarios. La historia demuestra que los imperios, por poderosos que parezcan, no son eternos.
La teoría de que los multimillonarios se apoderarán del mundo y serán inmortales no es absurda. Lo importante no es caer en el alarmismo, sino reflexionar sobre el poder desmedido, la ética científica y la necesidad de construir una sociedad donde los avances no beneficien solo a unos pocos, sino a toda la humanidad. La clave está en la regulación, la transparencia y la justicia social.
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