A mitad de la semana

Violencia: el cáncer de la sociedad

Por. Julián Chávez Trueba

Dirían mis amigos expertos en Protección Civil que los accidentes no se generan espontáneamente, sino que se van gestando poco a poco, entre omisiones y acciones. El escenario se vuelve propicio para la catástrofe.

La violencia es igual, sobre todo la familiar, la de pareja, sin darnos cuenta, el daño sube un escalón, luego otro, de forma casi imperceptible… hasta que ya es demasiado tarde.

Casos como los de Valeria Márquez y Karla, en Guadalajara, son cada vez más comunes: chicas guapas, con un estilo de vida con destellos de lujo —un poco salido de la nada—, que tienen como pareja a un presunto miembro del crimen organizado, quien de pronto, también salido de la nada, les quita la vida de forma miserable.

Escribo estas palabras sin afán de revictimizar, pues se trata de hechos reprochables de manera rotunda. Sin embargo, esta nota la publico porque algunas lectoras me pidieron un consejo: ¿qué hacer antes de que pase algo similar?

La violencia es como una enredadera: avanza poco a poco, sin que lo notemos, hasta que perfora paredes y derriba árboles inmensos. Hoy tenemos un violentómetro, una herramienta que nos permite visualizar el grado de acciones violentas que tenemos en nuestro entorno, desde gritar o hacer sarcasmos, hasta llegar a las lesiones o incluso a la muerte. La primera sugerencia es revisar nuestro violentómetro —que se encuentra fácilmente en una búsqueda en Google— para entender en qué punto estamos, qué es lo que sigue y, sobre todo, qué ya no queremos permitir.

Como decía al principio, la violencia avanza. Lamentablemente, las víctimas sufren sin notarlo por tolerarla: primero son los gritos, luego descubren que él tiene armas, que las usa, que de la nada tiene un auto del año, que hacen viajes juntos. Y, por supuesto, en ese punto las víctimas notan algo raro. Pero, al igual que sus parejas varones, se les hace fácil aceptar los “beneficios” del contacto con el crimen. Así avanza la relación: un día hay golpes con el hermano o el papá. En esta etapa, es fácil entender que alguien que no congenia con nuestra familia no va a congeniar jamás, y que ya es momento de dejarlo. Pero no.

Al final, de manera correcta, muchas víctimas logran terminar la relación. Pero ellos, con un notorio estado de estupidez, falta de congruencia, de valores y de estima propia, terminan quitándoles la vida.

Tenía una amiga que me contaba que, con su pareja, si él le gritaba, ella le gritaba más; si la empujaba, lo empujaba; y si le pegaba, le devolvía el golpe. Un día no regresó a trabajar. Semanas después, cuando encontraron su cadáver en bolsas negras, fue su pareja quien acudió a reconocerla. Rompió en llanto confesando que ella le había lanzado un cenicero de cristal grande, él lo esquivó, pero ella no.

La violencia no se resuelve con un “algún día cambiará” o un “ya prometió que va a cambiar”, porque eso nunca sucede. La violencia, como la enredadera, se poda y se corta de tajo. No hay otra forma.

Las víctimas juegan el rol que los victimarios les asignan y, por miedo o por conveniencia, lo siguen interpretando sin pensar en las consecuencias. Siempre será mejor estar sola que mal acompañada, de verdad que siempre hay un roto para un descosido, tantas gotas en el mar, no hay que quedarnos con lo podrido.

No hay recetas mágicas, pero sí frases reveladoras:

La violencia solo genera violencia.

La convivencia debe ser amor y disfrute, no sufrimiento tolerado.

Es fácil decirlo desde afuera, lo sé, pero este texto es solo un granito de arena para que no les pase a más mujeres, ni en nuestra comunidad ni en nuestra sociedad.

Me sumo a las voces que se alzan contra la violencia de género, la que surge en las parejas y en general. Seamos conscientes de que la paz se construye día con día.