SANAR HERIDAS DURANTE LA CUARESMA 3

7 de marzo de 2025: Viernes después de Ceniza

Sacerdote Daniel Valdez García

Amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús.

En este tiempo de Escalada Cuaresmal, len este desierto espiritual, los viernes se convierten en un momento de reflexión personal, un espacio para mirar dentro de nosotros y sanar nuestras heridas gradualmente.

Nos centramos en el hermoso Salmo 50:

“A un corazón contrito, Señor, no lo desprecias. Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados. Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo. Tú, Señor, no te complaces en los sacrificios y si te ofreciera un holocausto, no te agradaría. Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias.”

Reflexionemos sobre esto en silencio…

El valor del salmista, que se dice es el rey David, es notable al asumir su pecado de manera directa, a diferencia de Adán y Eva (Génesis 3, 1-6; Romanos 5, 12-14; 1 Timoteo 2, 14), quienes buscaron culpables. Nosotros al reconocer nuestras faltas, seguimos este ejemplo y obtenemos sanación a través del autoconocimiento, la aceptación, la expresión y el perdón.

Nos impresiona es el valor de este poeta y profeta, se dice que el autor es el rey David, pues se reconoce pecador, supera Adán y Eva que buscan culpables a su pecado( cf.; . Volvemos a leer: “reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo”.

Reafirmamos: Un principio de salud nos dice: “Quien habla sana; quien se calla se daña”, aplicable tanto a heridas físicas como emocionales, alma y psique son los mismo. Las heridas físicas deben mantenerse limpias. La curación de las heridas del alma implica autoconocimiento, aceptación, expresión y perdón.

Todos tenemos heridas, tú no eres el centro del universo. Para sanar nuestras heridas personales que tanto nos hacen sufrir, el Salmo 50 nos dice: “Lávame de mis delitos y purifícame de mis pecados”. Estas heridas sanan cuando reconocemos nuestros errores, los expresamos y pedimos perdón con intención de sincera conversión, como decimos en nuestras oraciones: “Me pesa haber ofendido… propongo firmemente no pecar más.

Las heridas, sean causadas por nosotros mismos o por otros, duelen. Pero con el autoconocimiento, damos el primer paso para poder ser liberados de la culpa.

La Eucaristía nos ofrece este profundo esquema de sanación: en el acto penitencial y en la consagración, escuchamos las palabras de Jesús a través del sacerdote, ofreciendo su cuerpo y su sangre para el perdón de nuestros pecados.

La sangre de Jesucristo es derramada sobre nuestras heridas, otorgando perdón y sanación.“También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. (Prefacio común VIII).

Estas reflexiones nos invitan a mirar el corazón de Jesús y su infinita misericordia. Recordemos siempre que la Eucaristía es el cielo en la tierra, y así debemos vivirla.

Amén, Señor Jesús.