
SANAR HERIDAS DURANTE LA CUARESMA, 15 de marzo de 2025: Miércoles de Ceniza
- Daniel Valdez García
- 5 marzo, 2025
- Columnas
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Sacerdote Daniel Valdez García
Amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Con profunda fe, iniciamos solemnemente la escalada Cuaresma, un período dedicado a la ‘Penitencia y Conversión’, que comienza con la Imposición de la Ceniza. Esta reflexión tiene el propósito de ayudar a sanar nuestras heridas. Dios desea que estemos sanos y santos en un mundo lleno de enfermedades y paganismo. Nos llama al desierto espiritualmente para que, una vez renovados, celebremos la victoria de Cristo resucitado en la Pascua.
Las lecturas de la liturgia de hoy se centran en tres palabras clave: oración, ayuno y limosna (Joel 2, 12-18; Salmo 50; 2 Corintios 5, 20–6, 2; Mateo 6, 1-6, 16-18). Tres palabras son Guía: Oración, Ayuno y Limosna. La oración nos conecta con Dios y nos brinda claridad, incluso cuando enfrentamos cambios en nuestras vidas. El ayuno purifica nuestras intenciones y nos abre hacia Dios y el prójimo. La limosna es un acto de perdón y caridad. Como peregrinos de esperanza en este Jubileo Ordinario, aprovechemos para vivir la indulgencia plenaria. Realizaremos tres peregrinaciones, y animo a cada uno de ustedes a hacer las que puedan. La limosna no es dar lo que nos sobra, sino, como decía la Madre Teresa de Calcuta, “dar hasta que duela”.
Un principio de salud nos dice: “Quien habla sana; quien se calla se daña”, aplicable tanto a heridas físicas como emocionales, alma y psique son los mismo. Las heridas físicas deben mantenerse limpias. La curación de las heridas del alma implica autoconocimiento, aceptación, expresión y perdón.
La oración es la mejor terapia para el corazón herido, así que los invito a orar y meditar el salmo 50. El ayuno contribuye a un cuerpo y una mente saludables. La limosna contrarresta el egoísmo y la avaricia.
Nos preguntamos: ¿A quién le importa el sufrimiento actual? Respondo: hay muchos que se ocupan desde las distintas profesiones y las vocaciones con brazos y regazos abiertos para llevar a los heridos hasta Dios. Nosotros los que creemos en Dios nos abrazamos al Crucificado, “en sus llagas hemos sido curados” (Isaís 53, 5). Sin embargo hay una paradoja ante este Jubileo de la Esperanza, hay gente enferma gravemente de desesperanza y heridas por haber perdido el sentido de la identidad con Cristo, ante tanta opinocracia y fakenews hemos olvidado que fuimos formados del polvo de la tierra y “hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1, 27; 2, 19-20), así es como la gente no espera nada, ha perdido la plenitud de Dios que sopla su espíritu dando aliento a su creatura (Génesis 2, 7), yo le llamo “el beso del Espíritu Santo”. Ante tantos heridos, tanta obsesión por la muerte se da la dersorientación que se vuelve impotencia, desaliento y hasta indiferencia causando heridas en el alma como son el abandono, la humillación, la traición y la injusticia.
Hay gente que me dice: “Padre qué hace en la Iglesia, usted pudo hacer mucho bien como cuando estuvo en médicos sin fronteras. Y yo respondo: “Estoy con la fuente de vida, nuestra esperanza, nuestra vida. Cada vez que celebro la Eucaristía baja el cielo a la tierra y están presentes todos los hijos espirituales que Dios me ha dado, incluso a los que no conozco y están en otras latitudes y mi tarea de evangelizar les llega.
Llegué hace 10 años a esta comunidad “con temblor y estupor” (cf. 1 Co 2, 3). Como San Pablo, les pido que cuidemos nuestra salvación con “temor y estupor” (cf. Filipenses 2, 12), revelando su gracia y fortaleza cuando dependemos de él en tiempos de necesidad (2 Corintios 12, 9). Todos tenemos heridas, no tengamos miedo de presentarlas a Dios, siendo débiles él nos hace fuertes para sanarnos.
El 13 de febrero, el arzobispo me preguntó si me entristecería cambiar de parroquia. Le respondí que tengo compromiso de obediencia e iría adonde me enviara. Sin embargo, después de ver la vitalidad de la comunidad, la participación de los niños y los jóvenes, decidió que me quedara. Estoy feliz, sereno, en paz y comprometido a seguir dando lo mejor de mí aquí.
Así que, si “La Eucaristía es el cielo en la tierra”, ese será nuestro objetivo a vivir en esta nueva oportunidad que nos da nuestra arzobispo para seguir caminando juntos de tal manera que esta comunidad sea por la Eucaristía el cielo en la tierra.
Recibamos todos “el beso del Espíritu Santo”, como al inicio de la creación del ser humano, para que él sane nuestras heridas esta Cuaresma. Pidamos la intercesión de la Virgen María, salud de los enfermos y consuelo de los afligidos.
Amén, Señor Jesús.