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EMERGENCIAS Y URGENCIAS 51
- Daniel Valdez García
- 25 febrero, 2025
- Columnas
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25 de febrero de 2025
Sacerdote Daniel Valdez García
Queridos hermanos y hermanas,
En reciente curso sacerdotal, un ponente contó la historia de un hombre atrapado en un árbol, haciéndose muchas preguntas. Una persona sencilla que pasó le dijo: “¿Usted es sacerdote, verdad?”. Sorprendido, el hombre en el árbol preguntó cómo lo sabía, y la persona respondió: “Porque dice cosas que no son útiles para nadie”.
Hace dos años, planteé una pregunta similar: ¿Serán necesarios los sacerdotes en un mundo tan tecnificado, lleno de especialidades en ciencias de la salud y tan efímero? Mi respuesta breve es que el sacerdote sigue siendo necesario como portador de la gracia, recorriendo un camino sinodal que lleva la alegría del Evangelio a todos. No somos simplemente funcionarios religiosos con parroquias que funcionan como aduanas burocráticas. Somos testigos del resucitado en el ministerio de la “cura de almas”, sacerdotes de esperanza y la misericordia divina.
En esta reflexión número 51 sobre “Emergencias y Urgencias”, nos detenemos en el pasaje del Evangelio según San Marcos 9, 30-37: Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea y él les enseñaba en privado: “El Hijo del hombre será entregado, le darán muerte, y resucitará al tercer día”. Aunque los discípulos no comprendieron, temieron preguntar. Al llegar a Cafarnaúm, Jesús les preguntó sobre qué discutían en el camino. Ellos guardaron silencio porque habían discutido quién era el más importante. Jesús entonces les enseñó: “El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”. Abrazando a un niño, añadió: “El que reciba a un niño en mi nombre, a mí me recibe; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”..
Con el segundo anuncio de la pasión Jesús presenta otra vez –y deliberadamente sólo ante sus más cercanos discípulos– su original modelo mesiánico de entrega y de servicio. Los Doce, mientras tanto, discuten animadamente entre sí sobre quién de entre ellos es el más grande. Qué contraste tan evidente entre este discurso de Jesús acerca de su inminente pasión y el de sus discípulos acerca de grados, dignidades y, en consecuencia, acerca de los “primeros puestos”. Para el cristiano el verdadero título de nobleza habrá de ser el del servicio desinteresado, en la simplicidad del amor.
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Dedicación, respeto, entrega, servicio, empatía y sinergia son esenciales en profesiones como la medicina, la pedagogía y el sacerdocio. Hay que compartir, no competir. María Montessori enseñó que para evitar guerras, debemos enseñar a compartir. Jesús deseaba una vida digna, bella y sana para la humanidad. Debemos recordar que no somos superiores a los demás, sino que debemos ser mejores para los demás. Sin pasión, un médico es sólo un especialista en enfermedades; un evangelizador, un simple funcionario; un educador, un profesional más.
Cuando solo se da la búsqueda del propio interés surge el acomodarse y el aburguesarse, de tal manera que no se sirve a los demás, sino que se termina por servirse de los demás. Y aunque suene trillado, vuelvo a insistir en las palabras de Madre Teresa de Calcuta: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir.”
Amén, amén, Santísima Trinidad.