EMERGENCIAS Y URGENCIAS 33
- Daniel Valdez García
- 7 febrero, 2025
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7 de febrero de 2025
Sacerdote Daniel Valdez García
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy reflexionaremos sobre el evangelio según San Marcos 6, 14-29. En este pasaje, la fama de Jesús había llegado a oídos del rey Herodes, despertando en él el temor de que Juan el Bautista hubiera resucitado. Herodes había encarcelado a Juan por su condena del matrimonio del rey con Herodías, esposa de su hermano. Herodías, llena de rencor, esperaba una oportunidad de venganza.
La oportunidad llegó cuando Herodes celebraba su cumpleaños. Durante el banquete, la hija de Herodías bailó para los invitados, cautivando tanto a Herodes que le prometió cualquier cosa que pidiera. Instigada por su madre, pidió la cabeza de Juan el Bautista en una charola. Aunque apenado, Herodes accedió, ordenando la ejecución de Juan. Este acto destaca el contraste entre el fiel testimonio de un profeta y la cruel manipulación de Herodías.
Herodías fue una princesa idumea de la dinastía herodiana de Judea durante el tiempo del Imperio romano (Mt 14, 1-12 y Mc 6, 14-29). Estuvo casada primero con Herodes Filipo I, su tío, y después con el hermano de este, Herodes Antipas. Fue una mujer ambiciosa, manipuladora y vengativa, perversa y fatal que, según una leyenda, al tener en sus manos la cabeza de Juan el Bautista, le clavó en su lengua un alfiler de oro… por haber denunciado públicamente su inmoralidad, como se cuenta que Fulvia, mujer romana esposa de Marco Antonio, “cogió la cabeza de Cicerón con las manos, antes de que se la llevaran, y, enfurecida con ella y escupiéndole, la colocó sobre las rodillas y abriéndole la boca le arrancó la lengua y la atravesó con los pasadores que utilizaba para el pelo, al tiempo que se mofaba con muchas y crueles infamias…”. Sea leyenda o no, lo cierto es que Herodías es símbolo del poder que se basa en la envidia, la violencia y la manipulación, para acallar las conciencias.Flavio Josefo nos dice que ésta murió en el destierro junto con Herodes Antipas (Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. VII, secs. 1, 2; La Guerra de los Judíos, libro II, cap. IX, sec. 6).
Esta historia bíblica nos invita a reflexionar sobre el rencor en conexión con la temática sobre “Urgencias y Emergencias” número 33. Todos hemos experimentado heridas que nos dificultan perdonar, y el rencor se convierte en una cadena que nos ata al pasado. Sin embargo, el resentimiento no es más que una resistencia al perdón, y guardarlo implica ponernos en el lugar de juez, algo que corresponde solo a Dios.
El rencor o resentimiento se refieren al sentimiento de amargura e indignación a causa de una injusticia o un insulto; dicho sentimiento suele ser una reacción al ser insultado o al ver expuestos los propios errores o debilidades. Rencor y resentimiento son sinónimo. La primera vez que aparece en la Biblia es cuando Dios dijo a Caín: ¿Por qué andas rencoroso y deprimido? (cf. Gén 4, 1-13). Caín mató a Anel, y Herodias pidió la cabeza de Juan el Bautista.
Es tanta la preocupación de Dios por el rencor que cuando entregó la Ley a los israelitas estableció un mandamiento específico al respecto. Levítico 19, 18 dice: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo el Señor”.
El rencor afecta nuestra salud física y emocional. Eleva el estrés, la presión arterial y el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Perdonar no significa excusar el pecado ni minimizar la ofensa, sino liberar nuestro corazón del peso que nos impide avanzar. Es un regalo que nos damos a nosotros mismos, permitiéndonos sanar y encontrar paz.
Concluyamos con esperanza: Herodías es símbolo del poder destructivo basado en la envidia y la manipulación. Su historia nos recuerda que el perdón nos libera de las cadenas del rencor, sanando nuestras heridas y permitiéndonos vivir con verdadera libertad. En la Universidad de Stanford, han hallado que las personas que no perdonan sufren niveles elevados de presión arterial y frecuencia cardiaca. Por lo tanto, tienen mayor probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares y sufrir infartos. En el perdón encontramos la verdadera libertad que viene de Dios.
Amén, amén, Santísima Trinidad.