A mitad de la semana

Amenaza y estocada

En el debate sobre los aranceles y los conflictos diplomáticos entre México y Estados Unidos, hay un detalle interesante que a menudo pasa desapercibido: Donald Trump es un gran negociador y, al mismo tiempo, un pésimo político. Esta dualidad queda claramente reflejada en sus resultados y comportamiento.

Por un lado, su capacidad como negociador puede observarse en los logros que ha acumulado a lo largo de su vida. Siendo descendiente de inmigrantes, Trump logró reconstruir su fortuna dos veces prácticamente desde cero. Por otro lado, su ineptitud como político se evidencia en su tendencia a decir lo que piensa sin medir las consecuencias y, aún más inaudito para alguien en su posición, cumplir con lo que promete.

Un ejemplo de esto es la sorpresa de muchos migrantes en Estados Unidos que, a pesar de haber votado por él, ahora se sienten perseguidos. Algunos de ellos admiten que apoyaron a Trump creyendo que sus promesas de campaña, como la expulsión de inmigrantes, eran solo palabras vacías que no podrían materializarse. Ahora, enfrentan una realidad distinta y, por supuesto, se arrepienten de su decisión.

Sin embargo, Trump ha hecho de sus “locuras” y promesas de campaña una estrategia efectiva tanto en lo diplomático como en lo económico. Su método es claro: primero lanza amenazas, luego ejecuta una acción contundente (la estocada), y finalmente negocia desde una posición de ventaja. No se sienta a dialogar sin antes haber creado un desequilibrio que obligue a la otra parte a buscar una solución que, en el mejor de los casos para ellos, deje las cosas como estaban antes de la primera estocada. En este sentido, incluso si Trump pierde, la situación inicial se mantiene intacta, lo cual también puede interpretarse como una victoria para él.

Muchos estrategas en los países afectados consideran que las órdenes ejecutivas de Trump son actos impulsivos y carentes de sentido. No obstante, estas acciones son reflejo de su voluntad de cumplir lo prometido, lo que refuerza su credibilidad entre ciertos sectores. Además, estas decisiones suelen ir acompañadas de una táctica negociadora en la que la parte afectada se ve obligada a pedir audiencia o buscar alivio ante la imposición inicial, otorgándole así a Trump una ventaja implícita en la negociación.

Un ejemplo reciente de esto es la contención del flujo migratorio hacia Estados Unidos, el combate al tráfico de fentanilo y la declaración de los cárteles como organizaciones terroristas. Estos temas son, sin duda, de gran importancia para su administración. Sin embargo, Trump ha utilizado los aranceles como un arma para atraer a México a la mesa de negociaciones. Después de imponerlos, adopta una actitud “generosa” al conceder un plazo de un mes para dialogar. En este punto, ya ha asegurado una posición favorable en la negociación.

Así, Trump no solo cumple sus promesas, sino que utiliza cada una de ellas como un medio para obtener ventajas estratégicas. Su enfoque, aunque polémico, ha demostrado ser efectivo en sus objetivos a corto plazo. Los países afectados por sus políticas, incluido México, se enfrentan al desafío de lidiar con un negociador que combina una agresiva táctica inicial con una férrea disposición a cumplir lo que promete.

El estilo de Trump podría ser objeto de críticas, pero no se puede negar que, al menos en el plano estratégico, ha logrado colocar las piezas a su favor, dejando a sus contrapartes con la tarea de recuperar terreno en un juego donde las reglas las impone él desde el principio.