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Por: Rocío Hernández Rogel
Cuando era niña escuchaba sobre la gente o las personas que se iban de “mojados, pa´l otro lado”. A mi corta edad de ocho años, me parecía algo impresionante y valiente, pero también me cuestionaba: ¿por qué la gente hace eso?, ¿por qué se arriesga tanto?.
En ese entonces, tenía un tío que se había ido para “el gabacho”, fue a vivir el famoso “sueño americano” y a traerse unos dólares. Cuando volvió estaba entusiasmada por saber cómo era Estados Unidos, deseosa de que me contara sobre cómo es por allá.
Siendo una niña esperaba con ansia para ver los juguetes que me había traído, cómo serían; desde el empaque que traía todo en inglés hasta lo novedoso que aún no llegaba a mi México. Sin embargo, cuando escuché su historia, cuando supe que él había hecho lo mismo que tú y yo veíamos en las noticias, y lo replicaban en las telenovelas, de cientos de personas que cruzaban, se me hizo un nudo en la garganta.
Imaginemos todo el escenario, desde que tomó la decisión, luego decirle a su esposa y a sus hijos, su dinero estaría en manos de los “polleros” o “coyotes”, esas personas que se dedican a subirte a camionetas totalmente llenas de más “soñadores” con destino a la frontera.
Cruzar un desierto bajo el clima extremo, con serpientes que le obligaban prácticamente a quedarse inmóvil para que no se le aventarán. Con el terror de ser encontrados por la “migra” y fueran deportados sin todavía haber cruzado el río.
Y una vez ahí, observar la desesperación de la gente, sobre todo de la que no sabe nadar, mirar a las mujeres que llevan bebés y niños pequeños, a los adultos mayores, ver y escuchar llantos y gritos de desesperación, despedidas, rendiciones y ganas de querer volver.
Pero, después de todas las penurias para librar la travesía, ¡Felicidades! “era un indocumentado más en los Estados Unidos”, me decía. Y lo que seguía era trabajar, conseguir un empleo de “lo que sea”, porque “yo vine a hacer dólares”, ese era su mantra.
Hoy veo la televisión, las redes sociales y me entristece ver a mis paisanos y a los latinos, como si fueran delincuentes, escuchar los llantos de niños que tienen que despedirse de sus padres, porque los están repatriando o deportando, que para el caso es lo mismo.
Quiero que pongamos pausa y nos preguntemos: ¿qué nos hace falta como país, para creernos todo el potencial que tenemos?, ¿qué nos hace falta como humanidad para ser más empáticos con el de al lado?.
Esto que sucede hoy, es una invitación a que nuestros paisanos que vuelven, sean resilientes, que tomen esa misma fuerza que emplearon para cruzar y llegar allá, que lo aprendido y generado lo empiecen aquí, con su gente.
Empecemos como sociedad a solidarizarnos de verdad, comprar en los negocios 100% mexicanos, asistir a los bazares de emprendedores, compartir en las redes el negocio o producto de tu amigo, asistir a cursos de educación financiera (hay gratuitos), visitar los pueblos mágicos, comprar en los mercados, ahí está la verdadera solidaridad de mi México.
Pensemos en que, si hoy ese paisano no tiene para poner comida en su mesa, ábrele la puerta de tu hogar y compártele, porque algún día tú fuiste ese mexicano que en el recreo te compartieron la mitad de su torta, la mitad de su agua, un dulce en la tienda, un balón porque el tuyo se ponchó o perdiste el pasaje del autobús y te dieron un aventón a tu trabajo.
Si hacemos lo anterior, creo que la pregunta que me hice de niña tendría respuesta y es: “las y los mexicanos nos arriesgamos tanto por nuestro México, porque lo construimos con mente y corazón”, y para ese corazón no se necesita visa, solo saber que eres ¡HECHO EN MÉXICO!, necesitamos empezar a creer que somos merecedores de vivir en un país mejor, para que nadie tenga que irse.
Siempre hay algo para compartir, yo soy Ro y puedes seguirme en mis redes sociales y enviarme tus opiniones a: @elblogdero X: @LaRoHRoo que con gusto voy a leer, no olvides formar tu frase.