Siria: Otro país corrompido
Por: Jesús Humberto López Aguilar
Siria regresa, desafortunadamente, y después de años de ausencia, a los titulares de los diarios internacionales. Por si no fueran suficientes los focos de violencia que día con día se encienden en el mundo, en semanas recientes, una nación con una crisis latente que, hasta hace poco, ya no traía mucho de qué hablar, atrae de nueva cuenta la atención de los medios de información globales.
Son ya 13 años de una guerra civil que ha provocado un sinfín de fallecidos, heridos y desplazados. Una guerra que, según la versión oficial, fue suscitada por el hambre de democracia que el pueblo sirio acumulaba después soportar décadas de un mal gobierno controlado por la familia al-Ássad. Sin embargo, esta versión, alimentada y promovida por los medios occidentales, ha probado ser falsa al ser contrapuesta a los testimonios de los propios ciudadanos sirios. No existió tal descontento como para llevar a miles de personas a tomar las armas en contra de un gobierno que si bien, tenía tintes monárquicos, aseguraba una libertad de credo a sus habitantes, vital para la pacífica coexistencia de religiones como el cristianismo, el judaísmo, el yazidismo o incluso, el chiismo y el sunismo, las dos ramas más importantes del islam. Asimismo, antes del estallido de la supuesta rebelión, el país venía gozando de un crecimiento económico constante que, gradualmente, iba revirtiendo la desmejorada situación de su población, asolada por una serie de conflictos internos heredados de la nefasta configuración territorial europea. Esta luz al final del túnel para la multiétnica nación siria se vio súbitamente apagada por una serie de revueltas que trajeron las consecuencias que hoy son públicamente conocidas. Ciudades arrasadas, regiones enteras de su territorio controladas por grupos terroristas, en suma, un estado fallido.
La tolerancia era una de las principales características de la sociedad siria gracias al estado laico que la regulaba. ¿Por qué sus ciudadanos, tan diversos y segmentados, culturalmente hablando, iban a querer romper aquel equilibrio de forma tan violenta? ¿Por la apremiante necesidad de expresar su voluntad en una urna?
La verdad detrás de esta vil mentira apunta a la llegada, de la noche a la mañana, de milicias foráneas que llegaron con el objetivo de cimbrar la inestabilidad. Las cuales, por cierto, más adelante tomarían el nombre de ISIS y Frente al-Nusra.
¿De dónde salieron? Meras especulaciones relacionadas con dinero y armas provenientes de Occidente, igual que todos los alzamientos armados ocurridos en Medio Oriente durante los últimos 70 años, instigados para derrocar gobiernos contrarios a los intereses del país más intervencionista de la historia, Estados Unidos. Afganistán, Libia, Irak, la propia Siria, a todos les es familiar la palabra terrorista, adjetivos que el país norteamericano le ha adjudicado a los grupos fundamentalistas musulmanes que aparentemente, y según ellos, surgieron de las arenas del desierto o de la oscuridad de las cuevas de las montañas de Asia Menor.
En las primeras horas del día 8 de diciembre, se comenzaba a anunciar con cierto regocijo la caída del régimen de Bashar al-Ássad, después de un ataque relámpago por parte de los grupos armados opositores a su gobierno, que, vale la pena señalar, no son otros que los ya señalados anteriormente, grupos musulmanes fundamentalistas liderados por la organización “Hay’at Tahrir Al Sham”, fundada en su momento por el ya también nombrado brazo armado de al-Qaeda en Siria, el Frente al-Nusra. No obstante, este grupo goza de la etiqueta de simple “oposición” en los medios informativos occidentales, como si entre sus intenciones no estuviera establecer un estado islámico cuyo Estado de derecho fuera sustentado en la ley islámica, de la misma forma que en 2021 ocurrió en la tristemente célebre nación afgana.
Este destino es un simple daño colateral del maquiavélico plan para dejar fuera del poder
al ahora exiliado presidente al-Ássad, quien, coincidentemente, siempre ha estado respaldado por Rusia e Irán.
Que sirva de lección para los estados. En un mundo en donde el bien tiene como bandera las barras y las estrellas y, el mal, la nacionalidad rusa, estos deben de tener claro ante quien subyugarse.
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