Esoterismo: Como topos en un mundo de colores y formas

Por: Jesús Humberto López Aguilar

En las muchas tertulias y conversaciones que, casi con total certeza, hemos sostenido con algún conocido, han surgido anécdotas que rompen cualquier esquema racional. Experiencias que la otra persona, o nosotros, hemos padecido y a las cuales no es posible dar explicación alguna. Encuentros con los, coloquialmente llamados, espíritus, chaneques, brujas u otras entidades, a las cuales le asignamos el apelativo de energías.

No es de extrañar que, en una sociedad tan pragmática como la nuestra, no sé de crédito a todas esas leyendas y mitos que son parte de la cultura popular. Pese al hecho de que hoy por hoy es posible encontrar casi que cualquier absurdo imaginable en la red invisible que nos conecta a todos a través de los dispositivos electrónicos, desacreditar todo lo que escape a nuestra comprensión no debe ni puede convertirse en una máxima de pensamiento. Más aún cuando se le presta atención al hecho de que, ya desde tiempos remotos y en culturas completamente aisladas entre sí, esta diversidad de entes y criaturas ya estaba presente en sus idearios. Prueba de ello son los vestigios que hoy tenemos de esas antiguas sociedades, tanto en grabados como en esculturas y en su misma tradicional oral y escrita.

Una característica que se ha perdido con el pasar de los años es la capacidad de asombro, esa facultad que Ortega y Gasset describía como fundamental en el proceso de comprensión, ya que nos obliga a pensar y reflexionar. No obstante, la reflexión y el pensamiento analítico no son sinónimos del estilo de vida contemporáneo. El tiempo que se le dedica a esas actividades es únicamente durante el desempeño de actividades laborales, mientras que los tiempos de ocio se ven satisfechos con el consumo de la gran variedad de entretenimientos disponibles y con placeres mundanos que poco invitan a la parte analítica del cerebro a jugar un papel. Todo esto aunado al hecho de que la ciencia actual tacha a todo aquello que resulte incomprensible, de falso e inexistente y, a todo aquel que se declare testigo de un evento de estas particularidades, como un loco.

Si bien, tampoco se debería de caer en el polo contrario donde se vive con una ingenua credulidad, es importante valorar la posibilidad de que haya muchas cosas en este mundo a las que somos completamente ajenos. Ya han empezado a rebotar ecos de la existencia de aquello que ya se mencionó en un inicio, las energías.

Masaru Emoto fue un científico japonés que demostró en una serie de experimentos con potentes microscopios que el agua cambia su forma en función de su entorno. Dependiendo de las palabras y pensamientos que se dirigieran a cierta muestra agua, se observó que esta tomaba una forma más perfecta y regular en la medida en que la naturaleza de estas últimas era más o menos positiva.

Esto es solo un ejemplo de todo aquello que ignoramos y que, junto con otros aspectos de nuestro entorno natural, se ha dejado de lado por esa pugna por la supervivencia y la comodidad en la que todos se ven absortos.

Si los humanos hubieran sido dotados con el sentido del olfato, del tacto, del oído y del gusto, pero no con el de la vista, nunca habrían sabido de la existencia de las formas y de los colores, y, sin embargo, estos ahí estarían. Creer que lo que percibimos y comprobamos con nuestros sentidos es lo único que existe, es una postura bastante antropocéntrica. Habría que preguntarse de qué otros sentidos la Creación nos privó y voltear a ver a todas aquellas personas que gozan de una sensibilidad mucho mayor al tipo de encuentros y experiencias referidas en un inicio. Quizá se deba a que ellas, precisamente, cuentan con “otros” sentidos muchos más desarrollados.

La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. Teniendo esto en cuenta, no va de sobra plantearse la posibilidad de que estas experiencias no fueron, ni son, ni serán, meras alucinaciones.

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