MARX, FREUD Y LUTERO

Sacerdote Daniel Valdez Garcia

 

INTRODUCCIÓN

En la actualidad, experimentamos un categórico rechazo hacia la divinidad, particularmente en lo concerniente a la figura paternal de Dios. Esta tendencia arrastra consigo razones específicas, destacando notoriamente en las obras de tres destacados autores: Carlos, Max, Sigmund Freud, Martín Lutero. Además, se plantea una importante interrogante sobre el sufrimiento de los inocentes.

En un pasaje bíblico, Dios se expresa a través del profeta Isaías, manifestando: “He engendrado hijos, pero me han desechado” (cf. Isaías 30, 9-12).

1. Marx, por su parte, reflexiona acerca de si la creencia en la divinidad limita la libertad del ser humano y, en consecuencia, decide eliminar la presencia de Dios para consagrar al ser humano como la medida suprema en todas las cosas. En su dedicación a un humanismo científico y ateo, resulta innegable la influencia de la ideología marxista-leninista-materialista, cuya máxima sentencia reza que la religión es el opio del pueblo (cf. Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1843).

2. Freud, en su destacada obra psicoanalítica, introduce la noción del complejo de Edipo, postulando que el hijo anhela de manera exclusiva el amor materno, albergando secretamente sentimientos hostiles hacia su progenitor masculino. Vale mencionar que los niños de cinco años expresan su deseo de contraer matrimonio con su madre en el futuro (cf. “La interpretación de los sueños”, 1899).

3. 3. En su homilía de Pentecostés en 1520, Lutero afirmó que el ser humano anhela deleite, posesión y notoriedad, pero los preceptos divinos le impiden alcanzarlo plenamente. Por lo tanto, debemos apartar cualquier noción de autoridad que personifique al padre y limite nuestro gozo máximo. En respuesta a ello, según él, es el Espíritu Santo quien nos otorga libertad, dejando de lado la necesidad de los mandamientos, ya que es la ley lo que causa la muerte, y es el espíritu lo que concede vida.
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5. 4. Frente a la interrogante de por qué los inocentes sufren, algunos argumentan que, de existir Dios, no habría sufrimiento, ya que un padre tan omnipotente no permitiría que sus hijos pasen por aflicciones. No obstante, esto más que un argumento, es un sentimiento.

 

CONCLUSIÓN

Amar no es solamente deleitarse, sino también implica padecer. El padecimiento es una parte intrínseca de la vulnerabilidad humana. No conocemos todas las cosas ni poseemos todo el poder, somos seres limitados y contingentes.

Jesucristo, el hijo de Dios, también comparte nuestras penas. Lloró por su amigo Lázaro, por la ciudad de Jerusalén; se compadeció de Jairo y su hija, y de la viuda de Naim. En la parábola del padre misericordioso, observamos cómo el padre también sufre por su hijo. (cf. Juan 11,35; Lucas 15, 11-32). Dios sufre junto a nosotros, aunque su sufrimiento difiere del nuestro. Pues solo Dios puede transformar el padecimiento en victoria, en gloria y en triunfo. En el relato del bautismo y en la transfiguración de Jesús, el Padre declara: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (cf. Marcos 3, 17; Mateo 16, 13). De esta forma, nos ayuda a intuir que la cruz, la muerte y el sepulcro no tienen la última palabra. Dios Padre no permitió que su Hijo conociera la corrupción del sepulcro, sino que lo resucitó, transformando el padecimiento en la gloria de la vida eterna (Salmo 16, 10).

Dios Padre es rechazado porque no se tiene una experiencia de él. Su imagen ha sido deformada por aquellos que lo presentan como un Dios vengativo y castigador. Asimismo, el pecado personal distorsiona la imagen que se tiene de Dios, y las ideologías mencionadas previamente han corrompido las conciencias.

Tengan por seguro que nadie, pero nadie nos puede amar como solo Dios nos puede amar, como su hijo Jesucristo, nos amó hasta dar la vida por nosotros, y que el Espíritu Santo después de que descendió en Pentecostés, sigue entre nosotros como el amor del Padre y del Hijo.