Diálogos con la Catrina

Y de pronto apareció. Salía del templo un día. Me miro con recelo y siguió su camino. Bastaron un par de segundos para sentirme atraído por su belleza misteriosa y por sus ojos humedecidos en llanto. Llevaba un huipil hermoso, bordado con esos motivos que aluden al campo, porque de ellos, de la tierra, es la vida. Tenía cierta luminiscencia. Creí que era Virgen. Notó que la seguía y repentinamente entró al umbral de un panteón para desaparecer. Así que corrí tras ella mientras el aire helaba penetrante. Le grite: ¡espera! Por favor. Tápame con tu rebozo, llorona. Así la llamé porque no sabía su nombre ni de dónde venía. ¿Por qué? –Me preguntó- Porque me muero de frío, respondí.

Quiero saber quién eres y porque lloras. Soy periodista. ¿Periodista? Aciagos seres que alegan superioridad, arropados por la arrogancia de la expresión y el derecho de los pueblos a estar informados –me repeló-. Déjame saber quién eres, permíteme preguntarte algunas cosas. Iniciaría ignorante –le referí-, porque no sé qué tienen las flores de un camposanto que, cuando las mueve el viento, parece que están llorando. Y lloran –me explicó-. Aquí habita el lamento de los moribundos y el penar de los vivos por la ausencia de aquellos que nunca supieron qué hacer con su vida.

¿De dónde vienes? “Muchos relacionan mi historia con un crimen. Que soy un fantasma del folclore prehispánico. Argumentan la presencia de mi alma a una leyenda. Que mi ser pena por haber ahogado a mis hijos y que luego, arrepentida y maldecida, los buscó por las noches en ríos, pueblos y ciudades, asustando con mi sobrecogedor llanto”. ¿Y es verdad? –le pregunté- No, es mentira. No maté a nadie. De hecho sólo vengo, desde la época de la colonia, en los finales de octubre e inicios de noviembre. Camino por calles y senderos, para apurar a quienes deben de partir al arcano mundo de lo espiritual y místico, y cruzar entre la senda anaranjada del cempaxúchitl, iluminada por el albor de las candelas y veladoras, y por el aroma del copal, que purifica el ambiente y aleja los malos espíritus.

Pero… ¿eres la llorona? Soy lo que tú quieres que sea. La Parca, la Calaca, la Catrina, la Calavera, la Pelona, la Canica, la Desdentada, la Sonrisas, la Huesuda, Doña Osamenta, La Tembeleque, la Patas de Catre, la Patas de Alambre, María Guadaña, la Segadora, la Igualadora, la Afanadora, la Pepenadora, la Polveada, la Patas de Ixtle, la Chingada, la Tiznada, la novia fiel, la Coatlicue… elige, cómo tu desees…

Ahora siento miedo. ¿Tú eliges a quienes deben partir o… te buscan? Da igual. Algunos admiran mi belleza, otros lamentan mi existencia y otros más entienden y se resignan. La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo, y para muchos un favor. Los hombres y mujeres me temen, como los niños temen a la oscuridad, pero, dime, periodista Si todavía no sabemos qué es la vida, ¿cómo puede inquietarnos la esencia de la muerte? Y ¿por qué dices tener miedo? –me cuestionó-. Es que te vi. Y fui yo quien te siguió pero no quiero ir contigo. Gracias por aceptar este diálogo que no sé cómo redactar y menos, cómo cerrarlo. Y entonces me dijo “cierra los ojos”. Los cerré y sentí sus labios posarse en los míos pero, al abrirlos, no estaba. Desapareció… Dos besos llevo en el alma, llorona, que no se apartan de mí. El último de mi madre, llorona, y el primero que te di… Hasta otro Sótano.