La historia que también es nuestra

Por: Jesús Humberto López Aguilar

Si camináramos por las calles de alguna ciudad mexicana y le preguntáramos a una persona por sus raíces o por su identidad como mexicano, seguramente se remontaría a los tiempos prehispánicos, en donde el imperio Mexica o alguna otra civilización mesoamericana florecía gracias a las riquezas naturales que nuestro territorio le proveía. Un auténtico vergel de cultura y tradiciones que hoy, está más que presente en nuestra sociedad.

Si y no. Por más que busquemos identificarnos con alguna de las culturas de nuestro pasado, o con el cúmulo de todas ellas, la realidad es que poco tenemos de ella. Entre la caída de Tenochtitlan y la Independencia de México, tenemos exactamente 300 años, que, para el imaginario colectivo mexicano, pasan totalmente desapercibidos, como si se hubieran esfumado de nuestra línea de tiempo.

Es evidente que resulta incómodo para muchos, expresarse de manera no negativa de los españoles y su influencia en nuestra historia. Lo que pasó entre los españoles y los nativos fue un proceso completamente natural, históricamente hablando. El que una sociedad vencedora, se sobreponga a la sociedad derrotada. Comparando este proceso de conquista con el que ocurrió en otras latitudes, este fue bastante más benévolo. Cabe recalcar, que no por este hecho, se busca justificar las atrocidades que se cometieron en dicho proceso.

Tenemos entonces, 300 años vacíos en nuestra historia, o al menos, 300 años que los dirigentes de las instituciones educativas en diversos puntos de nuestra historia, han decidido borrar. Un sentimiento anticolonialista que ha surgido con mayor fuerza en años recientes. ¿La razón? Quizá resentimientos a concepciones erróneas de lo que significó la Nueva España. Ideas equivocadas de genocidio y segregación por parte de los antiguos españoles.

En ese entonces, los nuevos colonos no tenían como objetivo mermar a la población indígena, ya que esto hubiera representado para ellos, por más brutal que suene, la pérdida de su mano de obra. Por otro lado, viendo como el catolicismo estaba perdiendo fieles ante el avance de iglesia reformada en Europa, los frailes, impulsados por los reyes católicos y el Papa, emprendieron misiones a lo largo y ancho del territorio novohispano para atraer el mayor número de almas posibles para su posterior “salvación”.

Uno de los sesgos más extendidos sobre aquella época, era que la sociedad estaba estrictamente dividida en castas, en la que no había posibilidad de pasar de una a otra o relacionarte con los miembros de una casta diferente de la que se proviene. Más que la pureza étnica, se privilegiaba el prestigio social, la honorabilidad probada y la capacidad económica. El término “indio” era una categoría jurídica que englobaba a los nativos de las Indias Occidentales, como en ese momento se conocía a América, y no tenía la connotación despectiva con la que se usa hoy en día.

Cuando tratamos de imaginar el periodo que comprende al Virreinato, no debemos de caer en el error de visualizar a los españoles ricos y poderosos, por un lado, y a los indígenas esclavizados y pobres por el otro. Si bien es cierto, los españoles y criollos eran los sectores más favorecidos, los indígenas, mulatos, negros e incluso asiáticos, tenían personalidad jurídica, llegando algunos de ellos a amasar grandes fortunas producto del comercio y la minería.

Los mexicanos somos producto de la mezcla de las costumbres y usanzas de todos aquellos que llegaron a la Nueva España en el Virreinato, desde los negros provenientes de África Occidental, a los orientales provenientes del Pacífico Asiático.

Al estudiar la historia, debemos abstenernos de juzgar las acciones de personas que vivieron en un contexto social totalmente incomprendido por nosotros. Enaltecer el legado español o el prehispánico reluce una visión sesgada y maniquea de la historia. Se estudia la historia no para entender las acciones y pensamientos de aquellos que nos precedieron, sino más bien, para entendernos a nosotros mismos.

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