SIN TON NI SON

El tema de las drogas se ha vuelto tan común que ya parece parte de nuestra vida. Como han ustedes notado me gusta conocer el origen de las palabras, por lo que esta vez voy a desmenuzar dos palabras: Opio y, aunque no parezca relacionado, estética.
OPIO. Los griegos llamaron opion, diminutivo de opós ‘jugo vegetal’, al jugo de las adormideras, cuyo poder hipnótico y euforizante ya conocían hace seis mil años los sumerios, que llamaban a la adormidera planta de la alegría. Este nombre aparece en latín documentado por Plinio como opium, con el mismo significado, en el siglo I de nuestra era. Por su parte, Homero describe en la Odisea los efectos de esta planta, muy conocida en la Grecia clásica, aunque su uso, curiosamente, no se haya extendido al resto de Europa por los griegos, sino por los árabes. Estos recogían el opio en Egipto, donde se usaba con mucha frecuencia en medicina, y lo llevaban para venderlo tanto en Oriente como en Occidente: fueron así los primeros narcotraficantes, en una época en que esa profesión estaba menos desprestigiada, aunque rendía, en compensación, menos ganancias que hoy. Opio tiene un sinónimo poco conocido en español, a pesar de que figura en el Diccionario de la Real Academia como “anfión”, y que llegó a nuestra lengua a través del portugués anfião, que también proviene del griego opion. Hasta el siglo XIX, la venta de esta droga era libre, pues estaba rodeada por un aura de sustancia benéfica que aliviaba dolores y sufrimientos.
Los adversarios del filósofo comunista alemán Karl Marx (1818-1883) recuerdan con frecuencia que era un enemigo de la religión con base en una supuesta frase suya en la que afirmaba que la religión era «el opio del pueblo». En realidad, el fundador del comunismo quiso decir que la religión servía como alivio al sufrimiento de los pobres, como vemos en la cita completa: La religión es el suspiro del oprimido, el corazón de un mundo insensible, el alma de situaciones desalmadas. Es el opio del pueblo. (Karl Marx. Collected papers [1844]). Esta droga se llama oppio en italiano; opium, en francés e inglés, y Opium en alemán.
La otra palabra a que me refiero es Estética, contraria a la adormidera, pues ésta estimula los sentidos. Los griegos llamaban aisthetikhós ‘sensible’ a todo aquello que puede ser percibido por medio de los sentidos. Se trata de una palabra derivada de aísthesis ‘percepción sensorial’ y esta, del verbo aisthanesthai ‘percibir con los sentidos’, del cual proviene el verbo latino audire ‘oír’. En nuestra lengua, existen numerosos ejemplos de voces derivadas de aísthesis, tales como anestesia, compuesta por esta palabra griega precedida del prefijo privativo an-, hiperestesia ‘aumento exacerbado de la sensibilidad sensorial’, cenestesia ‘percepción del propio cuerpo’, formada con el prefijo koinós ‘común’. Todas estas palabras de significado diferente al que hoy damos a estética surgieron en la segunda mitad del siglo XIX con la irrupción de la psicología como ciencia independiente. A mediados del siglo XVIII, el alemán Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762) había publicado una obra que él mismo definía como una «crítica del buen gusto», con el título de A Esthetica. Creó así un neolatinismo que significaba ‘ciencia del buen gusto’ contra el cual se levantaron numerosas objeciones de lingüistas y pensadores. Sin embargo, el neologismo latino acabó por imponerse y fue adoptado con su nuevo sentido: en 1753, en alemán como ästhetisch y en francés como esthétique, en 1832, en inglés como aesthetic, y en la segunda mitad del siglo XIX, en español y portugués como estética.
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