EL VALLE DEPORTIVO

Muchas veces la clara muestra de la sagacidad no va de la mano con la juventud, en varias ocasiones puede más la experiencia, esa que te dan los años y lo sufrido, algunos le llaman el paso del tiempo, ese que hace que padezcas del estómago, presa de tus pensamientos, detenido de tus emociones, pero también el lienzo plasmado de la efectividad a la hora de enfrentar nuevos, mejores y prometedores retos. Nada está escrito, el segundo inmediato trae consigo un épico instante que genera cambio y éste a su vez otorga paz, tranquilidad y la incansable búsqueda de la felicidad, pero estar relajado y sin ningún demonio que te altere eso justifica cualquier plan de salir del lodazal y no sucumbir ante la adversidad. ¿Cuesta? sí! mucho pero solo es necesario emprender y empoderarte para reiniciar en nuevos horizontes, con más luz, con nuevos bríos, y con mayor memoria que se queda plasmada para la posteridad.

A veces entre los hilos blancos y la calvicie, la arrugas que denotan el inevitable paso del tiempo, así como las limitaciones que van surgiendo, el paso lerdo, brotan ideas equivocadas, malestares que se presentan una y otra vez que originan un desgaste emocional, situación que, de no atenderse, hacen que de una pelotita se haga una marabunta de nieve capaz de arrasar a su paso con lo que sea, con todo y contra todos, sin distinguir, sin entender, sin comprensión y peor aún: destruyendo. Lo malo del tema es que dicen que normalmente no se ven o no se dan cuenta, porque por el lugar y momento incorrecto se alza la distancia y la barrera invisible de lo inevitable: el adiós.

El ser humano por naturaleza apuesta a salir y ser ganador, unos con temores y otros arriesgando hasta el último aliento, no hay más, es aquí y ahora, justo es el momento de salir victoriosos, aunque muchos no lo entiendan, unos serán malabaristas con tanto improperio recibido y unos más benévolos a la hora de recibir esos falsos testimonios de grandeza. Ah que rico es el mundo deportivo cuando vemos cómo en un abrir y cerrar de ojos se desatan temas que nos enganchan a todos. Primero fue lo de Djokovic, y enseguida celebramos la demostración de un “veterano” como Rafael Nadal, quien con alta capacidad física pero más mental, fue capaz de reponerse ante la adversidad y derrotar a su contrincante con soberbia táctica, técnica, resistencia, control, calma y frialdad. El resultado es que el más joven peco de ansioso y se creyó todo antes de averiguar si era capaz de salir airoso, en contra parte, el español utilizó todos sus recursos y apeló a su entrenamiento mental y sometió a su rival, acorralándolo, haciéndolo ir de un lado a otro de la cancha, agotándolo poco a poco, aun cuando él mismo estaba tronado, pero emanó de su interior esa fuerza que requiere el temple y la decisión final por acabar con la malaria y salir con los brazos en alto. Total: un campeón se forja, se cuida y sigue adelante.

Así es la vida también, porque está el otro ejemplo del “añejo” Tom Brady, quien anunciara su retiro después de haber roto cualquier cantidad de récords, de estilos, de osadas mentiras, de elogios desubicados, de ser señalado y aplaudido al mismo tiempo, pero que, con garbo, con alta categoría, habiendo ganado todo lo posible en su paso por los emparrillados y demostrando que solamente fue un ser privilegiado y correspondió al amor de quienes realmente se lo profesaron y no de aquellos envidiosos, amargados, frustrados y más, a quienes simplemente con una sonrisa de oreja a oreja les dijo, y también a los demás: “fue todo, muchas gracias, yo soy feliz, tienen que intentarlo porque la vida es corta y nadie sabe lo puede ocurrir mañana. Hasta siempre”

Mientras escribía estas líneas sonó abruptamente mi teléfono. Mensaje claro, directo y fuerte: Sergio Garza, murió. Mis ganas de escribir y mis temas desaparecieron y volvieron aquellas imágenes que nos reunía en la Secundaria 5 y en la EPANSEM; amigos y rivales, cada uno con su estilo. También vi una foto donde aparecemos juntos Pepe Nader, Raúl Mandujano, “El Pato” -como pocos saben que le decíamos en la escuela- y yo. Quedamos rotos una vez más, e inevitablemente comienzo a entonar la letra y música de: Cuando un amigo se va…
Pásenla bien