SABADO SANTO Ciclo B, 3 de abril, 2021 SEXTA REFLEXIÓN SOBRE LA MUERTE DE JESÚS

Pbro. Dr. Daniel Valdez García

 

INTRODUCCIÓN

La inmensa mayoría de los católicos y no católicos sabemos que Jesús lavó los pies a sus discípulos e instituyó ese lavatorio diciendo: «Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes. En verdad, en verdad les digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos serán si lo cumplen» (Juan 13, 14-17). Y de ahí deducimos estos principios básicos de la vida cristiana: la humildad, la igualdad y el servicio mutuo, como voluntad de Dios cuando lavamos los pies a los hermanos.

Y por segunda vez encontramos en el Nuevo Testamento en 1 Timoteo 5, 9-10, ahí leemos que: «La viuda sea puesta en clase especial, no menos que de sesenta años, que haya sido esposa de un solo marido. Que tenga testimonio en buenas obras; si crió hijos; si ha ejercitado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha seguido toda buena obra», el lavatorio es como un requisito que deben cumplir las viudas antes de ser puestas en la lista de ayuda eclesiástica.

En esta reflexión les propongo reeler el mandato de Jesús del lavatorio de los pies a la luz de la resucción.

1. DEL LAVATORIO DE LOS PIES TRADICIONAL AL CEREMONIAL

La práctica tradicional del lavatorio de los pies era algo común, se menciona en varios textos, sobre todo del libro del Génesis, que leemos a continuación: Cuando el Señor se le apareció a Abrahan junto a la encina de mambre, él: «dijo: “Mi señor, si este servidor suyo cuenta con su favor, le ruego que no me pase de largo. Haré que les traigan un poco de agua para que ustedes se laven los pies, y luego podrán descansar bajo el árbol”» (Génesis 18, 3-4). Cuando dos ángeles llegaron a casa de Lot, él «les dijo: “Por favor, señores, les ruego que pasen la noche en la casa de este servidor suyo. Allí podrán lavarse los pies, y mañana al amanecer seguirán su camino”» (Génesis 19, 2). Labán dijo al mayordomo de Abraham:«Ven, bendito de Yahveh. ¿Por qué te quedas parado fuera, si yo he desocupado la casa y he hecho sitio para los camellos? El hombre entró en la casa, y Labán desaparejó los camellos, les dio paja y forraje, y al hombre y a sus acompañantes agua para lavarse los pies» (Génesis 24, 31-32). Cuando los hermanos de José regresaron a Egipto para devolver el dinero hayado en sus costales «Luego el hombre los hizo entrar a la casa de José, les dio agua para lavarse los pies y alimento para sus burros» (Génesis 43, 24): y también en 2 Samuel 11, 8: «Entonces David le dijo a Urías: “Baja a tu casa y lávate los pies».

Dicha costumbre de lavar los pies persistía en la época de Cristo, y éste reprendió a Simón que criticaba a la mujer que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas, los secó con sus cabellos y lo ungió con perfume de nardos, le dijo: «Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies» (Lucas 7, 44). La costumbre en aquel tiempo era que los siervos lavaran los pies a las visitas

El lavatorio de los pies fue parte de una ceremonia nupcial como un gesto de entrega y amor incondicionales de los votos matrimoniales. Lo cual fue muy fácil de entender pues era parte del ritual de las parejas que tenían intimidad

El lavatorio ceremonial incluyó pies y manos, lo leemos en Éxodo 30, 17–21: «El Señor se dirigió a Moisés y le dijo: “Haz una palangana de bronce, con su base del mismo metal, que sirva para lavarse; ponla entre la tienda del encuentro y el altar, y llénala de agua. Aarón y sus hijos tomarán agua de ella para lavarse las manos y los pies. Y se los lavarán cuando entren en la tienda del encuentro, y cuando se acerquen al altar para oficiar y presentar al Señor la ofrenda quemada. Así no morirán. Para que no mueran, deberán lavarse las manos y los pies. Esta será una ley permanente a lo largo de los siglos para Aarón y sus descendientes». Y también en Éxodo 40, 30–32: «Y puso la fuente entre el tabernáculo de reunión y el altar, y puso en ella agua para lavar. Y Moisés y Aarón y sus hijos lavaban en ella sus manos y sus pies. Cuando entraban en el tabernáculo de reunión, y cuando se acercaban al altar, se lavaban, como Yawveh había mandado a Moisés».

 

2. LAVATORIO DE LOS PIES COMO LUZ PARA TU SENDERO

Leemos en el segundo relato que Dios formó a la humanidad del polvo de la tierra, y también dijo que si comían del árbol del bien y del mal volverían al polvo del que habían salido (Génesis 2). El ser humano era un poco de polvo de la tierra, pero tenía toda la tierra a sus pies. Y los pies reflejan lo que vive la persona, incluso mucho tiempo había un comercial que decía así: “en los zapatos se refleja la persona”.

Real, humana y poéticamente hablando todo lo que somos descansa en nuestros pies. Esta parte del cuerpo es la responsable de llevarnos a donde queremos, con la gran diferencia de que ellos soportan todo el peso de nuestro cuerpo. Es más, los pies nos indican dónde vamos y dónde estamos parados. Los salmistas, que son poetas y profetas, nos dicen a través de los salmos 105 y 119 que la palabra de Dios es lámpara y luz en el camino, puesto que la palabra de Dios es firme y sólida y da seguridad a nuestro caminar, ambos salmos dicen literalmente: «Tu palabra es lámpara a mis pies, luz en mi sendero».

Jesús es «la palabra hecha carne» (Juan 1) y «la luz verdadera que ilumina a todo ser humano que viene a este mundo» (Juan 1, 9-11). Él es «la luz del mundo» (Juan 8, 12), y nos dice a sus discípulos: «ustedes son la luz del mundo» (Mateo 5, 13-16). Los discípulos que iban camino a Emaús «en el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran… Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lucas 24, 13-35).

 

CONCLUSIONES

Para casi todas las cultura del Oriente los pies son muy importantes, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos dan testimonio de ello, y lo hemos constatado con un breve recorrido en los pasajes que hemos leído. Jesús permitió que la pecadora y María la hermana de Lázaro lavarán sus pies (Mateo 26, 6-13; Juan 12, 1-8; Lucas 10, 39). Jesús mismo lavó los pies de sus discípulos simbolizando el servicio de dar pureza y luz a los pies con el objeto de caminar siempre por el camino del bien (Juan 13).

A la luz de la resurreción, el pasaje del lavatorio de los pies, aparece como un faro luminoso que nos ayuda a comprender más y mejor el por qué Jesús lavó los pies a sus discípulos dándoles luz para mostrarnos a todos el camino pascual: Jesús, verdero Dios y verdadero Hombre, siendo Luz se ha inclinado hasta tomar el polvo del que estamos hechos, hasta lavarnos del polvo del camino de nuestros pies para que seamos luz para los demás. Y nos ha dicho que seremos felices, dichosos, bienaventurados si lo hacemos entre nosotros.

Cito las palabras del entonces Cardenal Joseph Ratzinger en su meditación sobre el lavatorio de los pies. “Aceptar el lavatorio de los pies significa tomar parte en la acción del Señor, compartirla nosotros mismos, dejarnos identificar con este acto. Aceptar esta tarea quiere decir: continuar el lavatorio, lavar con Cristo los pies sucios del mundo. Jesús dice: «Si yo, pues, les he lavado los pies, siendo su Señor y Maestro, también han de lavarse ustedes los pies unos a otros» (Juan 13, 14). Estas palabras no son una simple aplicación moral del hecho dogmático, sino que pertenecen al centro cristológico mismo. El amor se recibe únicamente amando”.

El amor es luz que guía nuestros pasos, y como dicen los salmos citados: «es como lámpara que ilumina mi sendero».

Traigo a colación unas palabras de san Agustín de Hipona acerca del lavatorio de los pies refieriéndose al capítulo 5 del libro del Cantar de los cantares donde la amada dice al amado que no puede abrirle pues ya se ha lavado los pies: “El amado que llama a la puerta de la esposa es Cristo, el Señor. La esposa es la Iglesia, son las almas que aman al Señor. ¿cómo pueden ensuciarse los pies si salen al encuentro del Señor, si van a abrirle la puerta? ¿Cómo podría ensuciarnos los pies el camino que conduce a Cristo, el camino que lava nuestros pies? Ante semejante paradoja”.

Ya llega Cristo resucitado, resuenan sus pasos, camina a nuestro lado como lo hizo con los discípulos de Eamús, despierta al alma y pone fuego en el corazón, él llama a la puerta y dira nuestro nombre como lo dijo a María, y María lo reconoce diciendo su profesion de fe pascual: «“Rabuni, que significa “mi maestro”» (Juan 20, 16).

Termino diciéndoles, que Jesús resucitado le dé pleno sentido a nuestro lavar los pies unos a otros para dar luz, para dar a Jesús y caminemos por los senderos luminosos del bien y la verdad.