Los costos de la desconfianza

En algún momento de la vida todos hemos sentido desconfianza, ya sea por alguna persona o institución, lo cual nos lleva a pensar que no actúa de manera adecuada. Esto, podría no ser tan grave, “desconfianza inherente a cualquier ser humano”, el problema es que en el caso de nuestro país, esta terrible y abrumadora desconfianza nos cuesta, y nos cuesta mucho en lo social y en lo económico.
De manera particular quiero que hablemos de las instituciones, imprescindibles en la vida y fortalecimiento del tejido social, fundamentales para que las personas las respeten y recurran a ellas cuando las necesiten. En el caso de las instituciones u organismos autónomos, estos tienen la ventaja de decidir por sí mismos, dotados de independencia, alejados de intereses externos (en teoría) que puedan limitar o interferir en la manera de conducirse, lo cual es parte de su razón de ser, con el fin de brindar certeza a la sociedad del trabajo que realizan y a quien deben rendir cuentas toda vez que sus funciones se pagan con el dinero de las, y los ciudadanos.
Por lo anterior, resulta más que indignante que la Auditoría Superior de la Federación (ASF) a cargo de David Colmenares Páramo, “responsable de coordinar los trabajos de fiscalización” en el uso de los recursos públicos, que ejerce un presupuesto que actualmente nos cuesta 2 mil 726 millones 054 mil 847 pesos, salga sin mayor pena a decir que siempre no, que los datos que presentó respecto a la auditoría realizada al ejercicio 2019, en algunos programas y proyectos de la actual administración encabezada por el presidente López Obrador, tiene errores metodológicos.
En resumen, eso para lo que se le paga y que no son dos pesos como se ha señalado, no se hizo bien. La vergüenza evidentemente no la conoce, y la ética profesional, parece que tampoco, porque de ser así, ya hubiera renunciado al cargo al que tanto presupuesto se destina y entrega tan pobres resultados.
Odioso ha resultado más de una vez, escuchar al presidente decir; “yo tengo otros datos”, pero efectivamente, esta vez el ganó y tenía otros datos que a través de Arturo Herrera, titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), se dieron a conocer mediante un video explicado “con peritas y con manzanas”, como decimos en México, para dejar un asunto claro.
Difícilmente y de manera pronta volveremos a confiar en la Auditoría Superior porque no solo tiene “otros datos”, también parece tener “otros intereses” que lo alejan de la autonomía y, nos hace recordar estas “designaciones de cuates y de cuotas”. Cómo no vivir con la desconfianza a flor de piel ante hechos como este. Lo más delicado es cuando la desconfianza limita la participación a partir del supuesto donde sin importar el tema o asunto, pensaremos que los resultados que nos presentan no son ciertos, y no es precisamente producto de la casualidad.
La institución queda con gran desprestigio y opaca el trabajo realizado con anterioridad, sin embargo, tan valioso había sido su actuar, en manos de otro titular evidentemente, que gracias a este, se pudo comprobar un caso como el de “la Estafa Maestra”, donde se detectó mediante diversas auditorías, la desviación de recursos públicos con la participación de 11 dependencias federales, 8 universidades públicas y más de 50 funcionarios.
El problema per se, no son las instituciones, si no las personas que están al frente de las mismas, que en este caso mostró incompetencia para cumplir con su trabajo. El presidente no perdió oportunidad de sacar el mayor provecho de este aparente error, logró desviar la atención y reafirma su discurso de víctima, de ser el presidente más atacado y nuevamente se pierde el foco de la discusión ¿Cuál es el uso que se está dando al gasto público? ¿No hay nada que cuestionar? ¿Los datos del presidente son la verdad absoluta? ¿Cada peso gastado en 2019 se hizo de manera responsable y se destinó realmente a lo que se ha dicho? Al final, cada uno decide si confiar en los datos del presidente, en los de la auditoría, o en ninguno de los anteriores.