El negro panorama de la incipiente democracia norteamericana

El pasado 06 de enero de este todavía naciente 2021, el mundo fue testigo de la que muy probablemente sea la revuelta más dolorosa para la anquilosada democracia norteamericana, la toma del Capitolio (sede del poder legislativo de la Unión Americana), por parte de seguidores del todavía Presidente, Donald Trump. Lo anterior, después de una constante de manifestaciones que reclamándole al establishment norteamericano la sospecha en la comisión de un fraude electoral en las últimas elecciones presidenciales en las que resultarán vencedores la fórmula conformada por Joe Biden y Kamala Harris, como Presidente y Vicepresidenta, respectivamente.
En este sentido, después de los hechos largamente difundidos por las más importantes televisoras de Estados Unidos, se han acrecentado las voces que en los días han solicitado enjuiciar a través de un impeachment al presidente Trump, bajo la óptica de haber incitado a la violencia, o bien, presionar al todavía Vicepresidente, Mike Pence, para que ejerza la facultad que le concede la enmienda 25 de la Carta Magna de dicha nación, la cual le permite solicitar al Congreso tener a bien separar del cargo al Presidente bajo el argumento de la existencia de una incapacidad mental para ejercer el mandado para el cual fue electo.
Siguiendo esta óptica, se advierte que la democracia norteamericana se encuentra en su peor crisis desde la administración Nixon, toda vez que se vislumbra una lucha en contra del Trumpismo (es decir, la corriente ideológica más allá de la persona), seguirá por parte de los demócratas y la nueva administración Biden. No obstante, surge la duda: ¿Será sencilla la pacificación en Estados Unidos?, la respuesta sería no, aunque Donald Trump no alcance a ser procesado políticamente en los siguientes siete días antes de la toma de posesión de la nueva administración y tampoco logré acomodarse para un segundo mandato en 2024 (recordando que la Constitución norteamericana no advierte que los ochos años máximos de mandato tengan que ser en un solo ejercicio público), Trump ya logró su objetivo que es la gesta del Trumpismo, como una expresión política de irreverencia en contra del viejo establishment norteamericano y sus componentes.
Bajó este entendido, aunque para algunos sectores y actores políticos republicanos la figura de Trump es casi deleznable, lo cierto es que es un músculo político que no puede desdeñarse electoralmente, ya que sus profundas raíces supremacistas no nacieron con Donald Trump, sino que son la manifestación ensimismada de una Norteamérica segregacionista desde la época histórica confederada, basta recordar que incluso durante la administración Bush y Obama, la influencia política del llamado “Tea Party” (el ala más conservadora y radical del partido republicanos), se enquisto fuertemente en entidades como Alaska, Texas, Lousiana e incluso en lugares de la costa este, anteriormente demócratas.
Por lo anterior, la intentona de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y en el Senado, respectivamente, va encaminada a dilapidar u humillar políticamente a Trump como el caballo de batalla de la corriente ideológica del “trumpismo”, para cerrarle el paso a cualquier renacimiento y con ello una participación política nuevamente dentro del amplio espectro político estadounidense, es decir, proscribirlo electoralmente desde hoy y para siempre.
Twitter: @EdgarMaPe