EL VALLE DEPORTIVO

En muchas ocasiones -sino es que en todas- la memoria tiene fecha de caducidad no así los sentimientos. A veces, suelen pasar desapercibidos ciertos momentos llenos de dulzura y darle paso a los más fervientes de desasosiego, esos que te vuelven vulnerable y que, lastimosamente, te colocan en la realidad, aquella que por más que haces, dices, piensas y sientes, no te alcanza sino nada más para un duro; te van destrozando de a poco las escenas  que se quedan, da miedo perder la memoria -al menos a mí sí- porque sabemos que puede ocurrir con el paso de los años…entonces lo mejor es disfrutar cada momento, cada segundo y esparcirlo con mejores enseñanzas, aprendizajes, pero sobre todo, con promisorio compromiso de legado, ese que brinda la oportunidad de unión, comunión, dicha, sabiduría, pero sobre todas las cosas paz. Sin embargo, en esto radica la humildad y la característica principal de tener “nada” o perder “todo” en ocasiones por un “error” o por una seguidilla que se enlista como el propio cosmos y sus regentes, empero al final del día, así como de la oscuridad, existe un mañana lleno de oportunidades para resarcir, coincidir, fortalecer y seguir creciendo, ah sin olvidarnos de la memoria que cuenta con todos los elementos -todos- de quién y cómo somos. Para varias personas, cuando se hace una introspección, en la soledad, en la oscuridad, resulta que aparecen como por arte de magia, hasta los mínimos detalles, incluso los que no gustan, tallando el cora y la mente de una manera indescriptible que suele llevar en su poderío un elevado grado de denostación propia y externa, arrasando como si fuera lava llevándose lo que a su paso alcance, no importando nada, es decir, de pronto la cerrazón te impide ver con claridad y comienza la pugna por la razón, por la verdad, por lo intangible, y se crea un caos, una lucha interna y demoledora entre: olvido o permanezco…

Así pues, recuerdo como si fuera ayer mismo, la sala de la casa de mis padres, una mañana de domingo, al filo del mediodía, la televisión encendida y acompañando a mi padre viendo un partido de futbol entre el Real Madrid y Valencia, era imperdible que me sentara con él a disfrutar y discernir del encuentro. Papá apoyaba e idolatraba al gran Hugo Sánchez -el jugador- y la famosa quinta del buitre, en tanto, yo comenzaba a desmenuzar los planteamientos tácticos, movimientos, cambios, y por supuesto que reprochaba -yo- algo que me parecía estaba mal. Entonces mi padre, me refutaba y señalaba que las cosas no eran como lo creía, era como si su verdad fuera absoluta y la única verdadera; para entonces tenía que callarme y a regañadientes esperar el momento sublime de que notara su error y aunque no terminaba de aceptarlo, tampoco le echaba más leña al fuego, es decir, la lucha de poderes, de conocimientos, aunado a los pensamientos y estado emocional, hacía que lo nuclear superara cualquier prueba. Así fueron muchos años compartidos, hasta que llegó el momento que me pregunto de la nada: ¿cómo ves el partido? ¿pierde el Real y avanza el Barca?

Entonces se abrió el panorama, los años avanzaban y había que disfrutarlos cómo fuera y dónde fuera, los periódicos, la televisión y la radio, eran los enlaces perfectos para los deportes y los compartíamos, les digo que al menos yo, lo súper disfrutaba y más aún a sabiendas de que jamás me dijo que era correcto lo que yo sentía y/o pensaba, no volvería a decirme que estaba equivocado -o no tanto, jajaja- o que era un inmaduro, o que sé yo, el tema fue que hace 26 años y desde entonces, jamás volvió a decirme nada y mi memoria sigue punzando su esencia, su aroma, su piel, su barba, sus palabras, sus manos, sus brazos, sus regaños, sus enseñanzas, sus aprendizajes, sus clásicos gritos de guerra, su mirada penetrante con la cual solamente bastaba que la fijara y levantara una ceja para indicar aprobación o desacuerdo, las muestras -pocas- de gusto y las varias de disgusto. Jamás se volvió una palabra que taladra mi vocablo y que, sin embargo, prevalece porque existe. La memoria tiene recuerdo según yo. Algunos especialistas dictan y se preguntan ¿si existe algún límite en la cantidad de cosas que podemos memorizar? y teóricamente existe, porque la información se guarda en forma de ciertas proteínas. Según esto, no es cierto que “el conocimiento no ocupa lugar”. Pero se ha calculado que la capacidad límite de almacenamiento neuronal excedería el tiempo de vida, o sea que, las neuronas se combinan de modo que cada una contribuye con muchos recuerdos a la vez, aumentando de manera exponencial la capacidad de almacenamiento del cerebro a algo más cercano a 2,5 petabytes (1 Pb= 1 millón de gigabytes), esto significa que el cerebro humano tiene una capacidad de un petabyte, o 1,000,000,000,000,000 bytes, lo qué es lo mismo que 20 millones de archivadores de cuatro cajones llenos de texto, 13.3 años de grabaciones de HD-TV, o 670 millones de páginas web. Entonces más allá de estas condiciones y cifras, de estudios y conocimientos, de astros, habilidades, y más, lo auténticamente real es lo que se lleva y se tiene en la profundidad del ser y que, valida cada sensación, pensamiento y latido, lo que deja en el tiempo y su tic tac, memoria para no olvidar…

Padre mío, te extraño más que siempre, te necesito como nunca, y en mi memoria habitas para toda la eternidad.

Pásenla bien!!!

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