SIN TON NI SON
- Francisco Javier Escamilla
- 11 marzo, 2021
- Columnas
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He estado leyendo algunas obras de José Saramago, nacido en Portugal, 1922 y fallecido en España, 2010. Saramago fue un narrador y ensayista que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1998. Nacido en el seno de una familia de labradores y artesanos, José Saramago creció en un barrio popular de Lisboa. Su madre, analfabeta, inculcó en él la sed de saber y le regaló su primer libro. A los quince años abandonó los estudios por falta de medios y tuvo que ponerse a trabajar de cerrajero. Con el tiempo y después de muchas vicisitudes fue escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo. En 1998, cuando se le otorgó el Premio Nobel de Literatura la Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía»
La obra de José Saramago se caracterizó por interrogar las motivaciones humanas y nunca se alejó de la historia de su país. Encontrar las claves por las que un imperio quedó relegado a un segundo plano respecto al resto de Europa y entender el accionar del hombre fueron sus preocupaciones centrales. Pero, aunque su novelística tiene como eje vertebrador la realidad de Portugal y su historia, no se trata, sin embargo, de una narrativa histórica, sino de relatos donde la historia se mezcla con la ficción y con lo que podría haber sido, siempre a través de la ironía y al servicio de una aguda conciencia social.
Me quiero referir, esta ocasión, a la magnífica obra literaria que escribió Saramago en 1995: “Ensayo sobre la ceguera”. Al inicio de la novela, Saramago narra acerca de un hombre que ha quedado ciego de forma inexplicable en medio de la calle, y cuáles son las reacciones que se generan. Algunos proponen que sería mejor dejar el coche estacionado, y otro que sería mejor llevarlo a su casa. Este hombre, a pesar de la desesperación en la que se encontraba, no hizo dudar al buen samaritano de robarle el coche, aquí la reflexión a que nos conduce es que es imposible dominar la naturaleza del hombre, no importa lo pequeño que sea. En esta instancia, el hombre junto con su esposa asiste a un consultorio oftalmológico, donde no reciben ninguna respuesta a la extraña ceguera. Este caso es extraño piensa el doctor, mientras en la ciudad a la misma hora el ladrón de coche queda ciego. A partir de aquí se plasma el inicio de un brote de ceguera, ya sea por contagio o por ilusión por parte de los personajes. Primero el hombre nervioso, luego el ladrón y posterior el doctor, todos quedan ciegos. Pero si bien es cierto que el autor justifica los actos para un fin, deja de manera clara una sociedad dominada por sus instintos.
A partir de allí, los personajes se ven obligados a permanecer en cuarentena en un manicomio abandonado, con órdenes que podrían ser considerados como paranoicas y brutales. El que salga muere, si alguien muere dentro de las instalaciones es responsabilidad de ellos mismo de su entierro, cualquier contacto que tengan con objetos materiales debe ser destruido y quemado. Que en sencillas palabras significa, ustedes se encuentran solos. Internados en cuarentena o perdidos por la ciudad, los ciegos deben enfrentarse a lo más primitivo de la especie humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio.
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