Hoy, a 56 años del “2 de Octubre” (perspectiva para millenials)
- Julián Chávez Trueba
- 4 octubre, 2023
- Columnas
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Dentro de los estudios de Paz, se establece como una razón constante por la cual las personas después de una pérdida o un conflicto grave, se mantienen furiosas, inconformes y con un sentimiento de injusticia, es en muchos de lo casos, porque no hay un respeto por el dolor que sintieron, porque no existió un reconocimiento de lo importante que era para ellos lo que se perdió en su conflicto. En esta situación se encuentran por supuesto, las madres buscadoras que han perdido a sus hijos, a las familias marcadas por el terror de tener entre sus integrantes una víctima de violación e incluso quien se duele de tener amigos y familiares reclutados por el crimen organizado o totalmente adictos a las drogas. A todo esto, se le llama “memoria histórica”, que no es más que el respeto y atención de la sociedad, empezando por el Gobierno, a quienes se identifican y se sitúan en un supuesto posterior al de una catástrofe.
Este término empezó a tomar relevancia ante la oleada de gente judía que levantaba la mano con temor, al asumirse como víctima del Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, pero que exigía que toda la humanidad se volcara en favor de desarrollar acciones que garantizaran que no volvería a suceder algo semejante, de no hacer gestos en favor de la ideología nazi, ni hablar de supremacía o discriminación. Estas personas sufrieron por no poder compartir ese dolor, porque parecía que a nadie le importaba e incluso, existían voces a nivel mundial que señalaban que el Holocausto nunca existió, que fue un pretexto para acabar con Hitler, hundiendo aún más el dolor de la comunidad judía.
Ese desdén es el que duele, el que se observa una y otra vez con señalamientos de discriminación por raza, credo, preferencias sexuales, forma de pensar y hasta por cualquier cosa. El ser humano pareciera no aprender de estos errores tan sensibles, porque los repite una y otra vez.
Podemos señalar el Holocausto y se siente bastante lejano en el tiempo y en la distancia, pero aquí en México tuvimos una probada de ese holocausto, que se denomina la Masacre de Tlatelolco. Momento coyuntural en la historia de México, por todos conocido, en el que los militares pisotearon cadáveres de miles de jóvenes estudiantes, con el pretexto de que se infiltraron fuerzas comunistas revolucionarias e ideas extranjeras en contra del gobierno y había que terminarlas de raíz, nunca comprobadas.
Las imágenes evocadas por los historiadores y personas que vivieron en carne propia esta matanza son casi irreales, espantosas, inexplicables e indeseables. El ejército al ser una fuerza armada nacional, no esta obligada a informar de sus actos ni a ponderar la vida sobre una orden. Por eso en México desde los años 70’s se tiranizó la mano armada nacional y se trató de eliminar todo rastro de poder que tuviera la milicia.
En estas décadas los gobernantes usaban al ejército únicamente para auxiliar a la población, con el famoso PLAN DN3, que en términos prácticos, consistía en el auxilio a la población por parte de las fuerzas armadas, en caso de desastre. De esta forma se le quitó el poder al ejército y al mismo tiempo, se trató de limpiar sus manos con la ayuda a la población, como buena publicidad.
En México y en el mundo se ha corroborado lo benéfico que es para las sociedades, el contar con un ejército como respaldo de seguridad, pero nada más, los demás servicios incluyendo la seguridad resultan más eficientes cuando son atendidos por ciudadanos, gente cuidando gente, que proteja la vida y tenga criterio, ante cualquier adversidad.
Por ello fue criticada la medida en el gobierno de Calderón, de combatir el crimen con las fuerzas armadas, ya que en caso de excesos, el ejército no tiene la obligación de presentar disculpas ni siquiera de dar explicaciones.
Caso concreto es lo sucedido en Ayotzinapa, donde aún no se sabe bien el grado de participación del ejército en las ejecuciones de los normalistas desaparecidos, ni se ha querido informar del grado de complicidad que tuvieron con los grupos del crimen organizado.
Hoy ese ideal romántico de contar con servidores públicos con criterio propio, con forma de pensar, con valores ciudadanos y sobre todo, con atribuciones exigibles por los ciudadanos, se desvanece cada vez más.
Hoy los principales proyectos nacionales se encuentran hechos, desarrollados y atendidos por militares, que no tienen por qué dar explicaciones, aunque se les exija, que no les importa si un proyecto es redituable, sustentable o sostenible, únicamente les importa realizar las órdenes que se les da, por encima de sus propios principios.
En el Estado de México, la 4T (cuarta transformación) ha llegado y con ello, los principios de militarización de los servicios que antes incluso estaban concesionado a particulares. Mediante el proyecto “Casiopea” se controlarán por militares 6 aeropuertos de México, incluidos el TLC de Toluca. El Tren Insurgente coquetea ya con esa idea militar también.
¿A dónde nos va a llevar la militarización de sectores estratégicos? ¿Hasta dónde va a llegar la militarización del país y ahora del Estado?
Son preguntas que no pueden responderse hasta vivir esos aciertos o esos errores en carne propia en los años venideros, aunque todo indica que en esto y en muchos temas, el Estado de México será una copia de lo que disponga la Federación.
Me pregunto si los gobernantes saben lo que significa e identifican los sentimientos que implica el reconocimiento de la Memoria Histórica, del respeto a ese dolor, de que cada acción que se deje de avanzar en contra de la militarización, podría significar un retroceso, un dolor que se perpetúa hacia todas las víctimas.
Hoy la milicia sigue siendo omisa en la información de las masacres que se han sufrido en los últimos años, espionaje sin resultados al público, matanzas sin responsables y desaparecidos sin información.
Hoy Andrés Manuel López Obrador, pide no culpar al ejército sin pruebas, cuando las pruebas las tienen ellos.
Nunca más un 2 de Octubre.