Los absurdos que dejaron de serlo

Por: Jesús Humberto López Aguilar

El pasado primero de marzo se dio el pistolazo que marcó el inicio de la carrera por los puestos de elección popular. Una carrera en la que no solo está en juego una presidencia, sino un sinfín de cargos a nivel local como gubernaturas, diputaciones locales, presidencias municipales y regidurías, dependiendo, claro, de en qué punto de la República nos encontremos.

El periodo de campañas está caracterizado, más que por ser una fiesta democrática, por una extendida agitación social. Los partidos y sus integrantes se ven inmersos en una lucha encarnizada, usando todo tipo de artimañas, ataques y descalificaciones en perjuicio de sus contrapartes, con el objetivo de conseguir la simpatía del electorado. Un periodo que debería de reflejar la paz social que, en teoría, es consecuencia de la puesta en práctica de un sistema democrático, se ve manchado por los intereses de la clase política, y, además, de una manera más discreta, de otros actores involucrados como el crimen organizado, los grandes agentes económicos, tanto nacionales como internacionales, y los gobiernos extranjeros, por la relevancia que tiene nuestro país desde un punto de vista geopolítico.

No es que esto suceda únicamente en nuestro país, pero el nivel de cinismo que se observa en este periodo ha superado límites insospechados.

La candidata de cierto bloque de la oposición, al igual que la del oficialismo, no fue designada como tal a través de un proceso partidista interno transparente, fue elegida, como la mayoría de las cosas hoy en día, por su potencial de venta. En un intento de empatizar con los antes ciudadanos, hoy consumidores, de las clases socioeconómicas más desfavorecidas, se eligió a alguien con un perfil que pudiera compaginar con ese ente amorfo, abstracto y heterogéneo al que la retórica populista ha puesto el sustantivo de “pueblo”.

En un sistema donde la preparación académica es, supuestamente, vital para la obtención de un trabajo digno y bien remunerado, resulta un tanto confuso que esta máxima no aplique para los altos puestos políticos. Siguiendo esta misma lógica, sería mucho más rentable ser cercano y complaciente con las personas indicadas, aquellas con poder e influencia, para, más adelante, obtener algún tipo de recompensa, traducido en un cargo político.

En la patria del sentido común, en la que un hombre, que terminó su carrera universitaria en 14 años con un promedio mediocre, llegue a gobernar habría provocado una indignación generalizada entre sus habitantes. En los territorios de la razón, el que una candidata a la presidencia utilice el dolor de las madres cuyos hijos han sido asesinados o desaparecidos por el crimen organizado como mera propaganda electoral, habría despertado la ira de sus ciudadanos, exigiendo la renuncia de esta última. En el país de la coherencia, en donde hay más de 46.8 millones de pobres y en el que se destinan diariamente 37 millones de pesos a la promoción de los candidatos a puestos de elección popular, ya se estaría fraguando una revolución como la que llevo a la guillotina a la élite francesa del siglo XVIII por sus soberbios derroches.

Para fortuna de muchos y para mala suerte de otros, no nos encontramos en ninguna de aquellas naciones, en México solo nos alzamos de hombros y, acto seguido, seguimos con nuestras vidas, fingiendo que vivimos en una democracia cuando en realidad vivimos en un intento fallido de ella.

Después de la toma de protesta de todos aquellos que resulten victoriosos el próximo 2 de junio, no veremos un cambio de 180 grados como muchos, en el fondo de nuestros corazones, deseamos. Serán necesarias duras reconfiguraciones sistemáticas las que modificarán el rumbo de este navío llamado humanidad. No obstante, hay una gran probabilidad de que ese rumbo vuelva a ser el errado si los vicios nublan la buena voluntad y la inteligencia que hoy destella muy poco entre nosotros.

En este periodo electoral, la incertidumbre no será por querer saber quién ostentará el poder, sino por descubrir si el hartazgo general será suficiente como para que la realidad política, social y económica tome otros derroteros.

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