Algo no está bien…

Cuando te enteras que una niña de 14 años que estudiaba el tercer grado de secundaria pierde la vida como resultado de los golpes que le propino una compañera en Teotihuacán, Estado de México (marzo, 2023), es evidente que algo no está bien. Ocho jóvenes universitarios agrediendo brutalmente a otro en lo que se conoce como «La Estrella de Puebla» en la zona de Angelópolis, al grado de ser hospitalizado con una fractura en la cara y con el riesgo de perder un ojo (septiembre, 2023), algo no está bien.

Alumno de secundaria de 14 años apuñala por la espalda a su maestra en repetidas ocasiones, esto, en Ramos Arizpe en Coahuila (octubre, 2023), algo no está bien. Un joven estudiante del Instituto Politécnico Nacional (IPN) es detenido por editar y alterar con Inteligencia Artificial más de 50 mil fotos de sus compañeras de la Escuela Superior de Comercio y Administración (ESCA) Unidad Santo Tomás, para hacerlas parecer desnudas y venderlas (octubre, 2023), algo no está bien.

Un estudiante de mecánica automotriz es rociado con gasolina por un compañero, y otro, le prende fuego, lo cual le provocó quemaduras de segundo y tercer grado en piernas y genitales (noviembre, 2023), algo no está bien. Finalmente, imágenes de un joven preparatoriano de la Universidad Anáhuac de Puebla, agrediendo brutalmente al guardia de seguridad del fraccionamiento donde vive solo por hacer su trabajo, es decir, seguir el protocolo establecido y solicitar una identificación para dejarlo ingresar toda vez que su aplicación de acceso no funcionó (noviembre, 2023), algo no está bien.

Estos, son solo algunos de los muchos casos de abuso escolar — bullyng— y episodios que involucran a personas jóvenes en hechos reprobables, pero también muy tristes que nos deben llevar a pensar en las causas profundas a nivel macrosocial y microsocial que dan como resultado que adolescentes y jóvenes se estén haciendo daño al punto de llegar a quitarle la vida a alguien más.

¿Dónde inicia el problema? ¿Quién o quiénes son los responsables? ¿Qué vamos a hacer o quien hará algo para frenar estos capítulos que cada vez son más frecuentes y han escalado a niveles alarmantes? Pensar que si las personas de las que se habla no guardan algún vínculo con nosotros no es un asunto que nos compete, no solo es un error, es no entender el problema de fondo y esto significa seguir avanzando hacia la reproducción de hechos que involucran a los más jóvenes de la sociedad, que en esta etapa podrían estar viviendo cualquier cosa, menos una expulsión de la escuela por golpear de manera atroz a otro ser humano, un arresto por rociar gasolina a un compañero, estar vinculado a proceso acusado de violencia digital por robar fotos de compañeras y venderlas, o bien, pagando una sentencia por haber privado de la vida a su compañera.

Todos somos responsables de lo que está pasando, pues cada vez somos una sociedad más individualista y obsesionada por cumplir expectativas sociales basadas principalmente en cosas materiales, lo cual genera ansiedad e insatisfacción en un gran número de personas. Somos gente extraña coexistiendo y sobreviviendo todos los días, no sabemos cómo se llama el vecino que tenemos desde hace 5 o 10 años, y de saberlo, no importa tener un gesto mínimo de cordialidad como un “buenos días”, pues lo que importa es uno mismo y se acabó.

Poco a poco dejamos de voltear a ver las necesidades de la niñez y las juventudes, la enseñanza de valores como el respeto y la tolerancia se dejó de lado, la educación impartida en casa —la más importante— se transfirió a un dispositivo móvil y particularmente a las cada vez más toxicas redes sociales.

En un mundo interconectado, la gente se comenzó a alejar, se dejó de escuchar, la conversación y los diálogos fueron sustituidos por un emoticón y las señales que se enviaron pidiendo ayuda y buscando un poco de atención por parte de los sectores más jóvenes se minimizaron o se ignoraron en casa, en la escuela y en el circulo de amigos. La gente se desconectó del mundo real para entrar en burbujas de banalidad y superficialidad.

Alguien debe asumir las consecuencias de una descomposición social que nos está asfixiando. Cada uno de los casos descritos no deben ser vistos como noticia de un día, actuar como si nada pasara hasta que un caso similar o peor vuelva a ser noticia por la difusión del mismo en redes sociales o en los medios de comunicación, ya que esto, solo lleva a una espiral donde un caso es sustituido por otro y la oleada de hechos que involucran a los adolescentes y jóvenes, no se detiene.

El entorno familiar juega un papel fundamental en la vida de niños y jóvenes, el desempeño escolar y la manera de relacionarse en el espacio académico depende del núcleo en el que se crece y de las personas con las que se convive, pues al final del día, lo que hacen en la escuela, refleja gran parte de su cotidianeidad en los espacios privados. Hoy, tenemos a un sinnúmero de adultos que aparentemente no saben que pasa con las generaciones más jóvenes y no es que lo desconozcan esencialmente, lo que sucede es que no quieren asumir su parte de responsabilidad, no quieren reconocer que se convirtieron en padres y madres ausentes que no saben quienes son sus hijos, no saben cómo hablar con ellos, cómo establecer reglas y límites y cuando ellas y ellos presentan temas de comportamiento o indisciplina, les genera asombro, fingen no saber el por qué, o reaccionan de la peor manera.

El problema que se tiene es como sociedad, reestablezcamos los lazos de comunicación, aprendamos a escuchar y a comprender antes que a responder, atiendan o atendamos a tiempo las señales de aquellos que en silencio piden ayuda y que de mil maneras están diciendo que algo no esta bien, no seamos omisos e indiferentes, pues pensar que solo con desear que esto cambie habrá de suceder, es irreal. Si el mundo en el que vivimos no nos gusta, hagamos algo (en plural), el esquema de convivencia que tenemos no está funcionando, nos hace daño y requiere cambios.

Desde el entorno escolar hay mucho por hacer, aquellos que imparten clase deben estar más pendientes del comportamiento de sus alumnos, desde la primera señal de agresión, hostigamiento, conductas violentas o cambios evidentes en el estado de ánimo, se debe actuar. Cada caso tendrá sus propias particularidades, pero más allá de querer simplificar en conductas o actitudes de buenos y malos, vayamos a la raíz del problema, pensemos en verdaderas alternativas que no en todos los casos ameritan una expulsión o encarcelamiento.

Tal vez ellos y ellas únicamente actúan con base en lo que su entorno les ha ofrecido, un mundo en guerra y en el caso de México, un país feminicida, con el mayor número de desaparecidos, con muertes resultado de una guerra contra el narcotráfico que desde 2006 se ha exponenciado, altos niveles de desempleo y empleos mal pagados, pobreza, discriminación, clasismo, racismo y marginación, un sistema educativo deficiente, un sistema político de vergüenza, un sistema de impartición de justicia podrido,  núcleos familiares erosionados y el rey de todos los problemas, una desigualdad insultante.

Es hora de parar, estamos normalizando este tipo de casos y si permitimos que se vuelvan parte del día a día, no se podrá detener y es más que evidente, algo no está bien.